Primera lectura del ataque de Hamas a Israel
El pasado 7 de octubre Hamas lanzaba un ataque sin precedentes contra el Estado hebreo, que se ha saldado con un número de víctimas que no se ha registrado en décadas. Tras una semana de bombardeos, la población de la Franja afronta el éxodo ante la imposiciones de Tel Aviv, que ha dado indicios de planear el lanzamiento de una operación terrestre. El estallido de otro episodio de este conflicto perenne de Oriente Medio pone de relieve el grado de extremismo y la asimetría de fuerzas. Asimismo, no se puede perder de vista a las fuerzas de la región, quienes de una forma u otra tienen intereses en el devenir de los acontecimientos.
Estamos hablando de un conflicto intergeneracional que es, en parte, responsable de cincelar el ideario e historia moderna del mundo árabe y musulmán. Quebradero de cabeza de la élite global y leviatán de las relaciones internacionales.
Contexto histórico
Un conflicto tan enraizado y longevo exige ponerlo en contexto. Lo primero que hay que señalar es la diferencia de actores: Hamas no representa a los palestinos. La propia escisión entre órganos palestinos se justifica desde unas diferencias tanto en sus ideas como en su naturaleza. Hamas es un grupo islamista, yihadista y nacionalista que no reconoce el Estado de Israel, que dirige desde 2007 la Franja de Gaza y cuyo brazo paramilitar es el responsable del ataque terrorista del pasado sábado. Esta milicia es considerada por la comunidad internacional como grupo terrorista. Por otro lado, Al Fatah es el partido nacionalista palestino que lidera la Autoridad Nacional Palestina, que gobierna Cisjordania y cuenta con el reconocimiento internacional y de Israel como órgano legítimo de representación palestino.
Tras las guerras árabe-israelíes (1948,1956,1967 y 1973), Israel dejo constancia de su superioridad militar y afianzó su posición, que le llevó a conseguir el reconocimiento como Estado de Egipto (1977) y Jordania (1994), pero también derivó un contexto de represión hacia los palestinos que condujo a la 1ª Intifada (1987-1993) – momento en el que surgió Hamas – y la 2ª Intifada (2000-2005). Antes de esta última se habían firmado los Acuerdos de Oslo, punto de inflexión en las relaciones palestino-israelíes, momento en el cual la Autoridad Palestina reconocía al Estado de Israel y renunciaba a la lucha para alcanzar sus metas políticas. A partir de este momento el cisma entre las dos principales facciones palestinas (Hamas y Al Fatah) fue en aumento, situando a Hamas como el organismo islamista radical que, con el respaldo de Irán, seguiría el camino de la violencia en su objetivo de destruir a Israel y, en consecuencia, sin aceptar la opción de los dos Estados que sí defiende la Autoridad Nacional Palestina y la comunidad internacional.
No obstante, a partir de comienzos de siglo la causa palestina fue perdiendo resonancia internacional, amén de otros focos de tensión en Oriente Medio como el yihadismo de Al Qaida e ISIS o los levantamientos sociales de 2011. El cambio generacional de los líderes árabes también ha tenido su impacto, ya que los nuevos dirigentes no han absorbido el panarabismo de la misma forma que sus predecesores. Aun así, a día de hoy, el futuro de los palestinos sigue teniendo su peso mediático en el pensamiento árabe-musulmán. Muestra de ello es la reticencia de líderes árabes a la formalización de relaciones con Israel. Precisamente por ello, los Acuerdos de Abraham firmados en 2020 fueron una demostración del cambio de tendencia regional respecto al conflicto palestino-israelí: Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahrein, Marruecos y Sudán reconocían al Estado de Israel. Desde entonces ha cobrado especial atención el posible acercamiento formal de Arabia Saudí a Israel, cuyo acontecimiento cambiaría de manera drástica el paisaje geopolítico de Oriente Medio.
Las razones del ataque de Hamas
Israel es considerado uno de los países más eficientes en clave de seguridad. Por ello, extraña que se hayan podido superar sus mecanismos defensivos a tal escala. Es pronto para señalar con exactitud los errores, pero las voces pertinentes apuntan a que los mecanismos de defensa (Cúpula de Hierro, principalmente) no están preparados para tal número de proyectiles, que se contaron por miles. Asimismo, también se apunta al fallo humano, concretamente a una élite política actual, alejada de los conocimientos en materia de seguridad. A todo ello se le suma el nivel de preparación, un despliegue de material, entrenamiento y coordinación sin precedentes. No hay que olvidar que ha sido un ataque por tierra, mar y aire.
También cabe señalar el momento elegido por Hamas para lanzar este ataque, en tal grado y de esta manera. Hay varias razones que responden tanto a cuestiones geopolíticas como mediáticas; las fechas tampoco son una coincidencia: el ataque coincidía (un día después) con los 50 años del inicio de la guerra del Yom Kipur, y al igual que el pasado sábado, en aquel momento de 1973 los enemigos pillaron a Israel desprevenido. De ahí que en el ideario árabe se recuerde esta guerra con cierta aura de victoria. El valor mediático de probar que Israel no es infranqueable deja un poso propagandístico en el ideario de la lucha armada, con el objetivo, sin duda, de debilitar la imagen de la nación hebrea.
Otra razón del ataque ha sido recuperar el foco mediático. Hamas ha querido dar un golpe de efecto y recordar al mundo que la lucha por Palestina sigue latiendo; al mismo tiempo que pretende dejar en evidencia que la vía no violenta de su rival político palestino, Al Fatah, no consigue resultados.
Y, por supuesto, está el factor geopolítico, el cual justificaría la implicación de actores regionales como Hezbollah e Irán, que no quieren ver cómo se oficializan las relaciones entre Arabia Saudí y el Estado hebreo. Con el ataque, los responsables meten presión a países como Arabia Saudí para que se posicionen, conocedores de que todo lo que no sea una postura en defensa de los derechos de los palestinos deteriorará su imagen como líderes. No obstante, si bien esta línea de pensamiento desde Hamas puede llegar a frenar las conversaciones momentáneamente, también dá al diálogo más razón de ser, además de impulsar la vía diplomática por la que apuesta Al Fatah. Si bien la agitación que ha probado este ataque ralentizará el acercamiento entre Tel Aviv y Riad, el dirigente saudí, Mohamed bin Salman (MBS), tiene argumentos para vender a una sociedad joven y ávida de modernidad como la saudí los beneficios de normalizar relaciones con Israel. Además, el Reino del Desierto tiene argumentos reales para sacar concesiones políticas para los palestinos. Otra cuestión es que MBS sepa elegir el mensaje y el momento.
Lo cierto es que la causa palestina ha perdido pulsaciones dentro del orbe árabe con el paso del tiempo y el cambio generacional; sus sociedades no está tan sensibilizadas con el tema, además de que son conscientes de los beneficios que supone Israel como socio. Por ello hay que medir en su justa medida el peso que hoy sustenta la cuestión palestina en la región. Que Irán, Siria y Líbano (Hezbollah) sean los máximos defensores prueba que detrás hay más razones geopolíticas que sensibilidades ideológicas. Los Acuerdos de Abraham y la disposición de MBS hacia Israel así lo demuestran.
Y por último está el trasfondo de la coyuntura política de Israel, una inestabilidad que ha derivado en movilizaciones populares de escasos precedentes, y que Hamas ha querido aprovechar. No obstante, una agresión de estas características está más cerca de unir, aunque sea en el corto plazo. Por el momento, ha supuesto la creación de un gobierno de emergencia con personalidades de la oposición de perfil más moderado, aunque el ala ultranacionalista sigue primando en el círculo de Netanyahu. Por esta razón, mientras el primer ministro continue aliado con la rama más derechista, cualquier posibilidad a avances de diálogo con Mohamend Abbas, líder de la Autoridad Palestina, es inviable. En esta línea, será importante ver cómo reacciona Cisjordania ante la guerra que hoy se libra en Gaza; su respuesta puede servir de medidor de la atmósfera palestina, que lleva años viendo como su situación empeora ante el empoderamiento de los colonos israelíes en su territorio.
La respuesta de Israel y el discurso de destrucción
Israel es un país cuya tenacidad y eficiencia ha sabido llevar a su máxima expresión para levantar una potencia tecnológica. Sin embargo, hace tiempo que sus dirigentes dejaron de invertir sus cualidades en un proyecto diplomático que, cuanto menos, diera señales de voluntad por un proyecto de paz. Todo lo cerca que estuvieron los líderes palestinos e israelíes de llegar a un acuerdo definitivo en la Cumbre de Paz de Camp David (2000) ha desaparecido ante la progresiva radicalidad de la élite política israelí.
La diplomacia mundial debe centrarse en condenar a Hamas, aislarlo y acometer las políticas para erradicar definitivamente cualquier atisbo de terrorismo, sin embargo, esto no significa no exigir límites a la reacción de Israel en Gaza. El marco narrativo usado por políticos israelíes estos días tras el ataque equipara la legítima defensa con la destrucción indiscriminada. Hamas no es Palestina, Hamas es un grupo paramilitar; Israel es un Estado. Por eso la nación hebrea debe saber que no puede actuar sin reglas ni límites. Si se declara la guerra es para seguir sus reglas.
El terrorismo se debe condenar en cualquiera de sus formas, igual que cualquier ataque contra civiles no tiene justificación. Hamas ha demostrado su condición terrorista con este ataque y se merece la condena internacional. A partir de esta máxima hay que apuntar varias cuestiones: reiterar que Hamas no representa a los palestinos, ni siquiera a los gazatís, quienes no eligen a sus dirigentes desde 2006. Pero también es menester apuntar la incendiaria narrativa elegida por los dirigentes israelíes, que va más allá de la legítima defensa. Por ello, es tan importante condenar el terrorismo de Hamas como regular la reacción de Israel si no queremos alentar una masacre, la cual ya estamos empezando a ver.
El bombardeo indiscriminado, el bloqueo total, la negativa al despliegue de corredores humanitarios y la reciente imposición a abandonar el norte de Gaza incita a pensar que el plan de Israel es ocupar la Franja. Mientras, Hamas vuelve a mostrar su piel de grupo terrorista, instando a la población a quedarse, en un intento desesperado por usar a los gazatís de escudo humano. Las declaraciones de la élite política israelí dejan claro la dureza de las represalias: su objetivo es la destrucción y así lo han demostrado. Este es un apunte importante, ya que estamos hablando de una potencia tecnológica y militar. Israel tiene la capacidad humana y tecnológica para ejecutar ataques quirúrgicos que minimicen víctimas civiles. Durante esta primera semana el mundo no está viendo esto, sino el cerco a la Franja y ataques a infraestructura civil.
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A pesar de la erupción de un nuevo capítulo del conflicto palestino-israelí, Oriente Medio está en un momento en el que parece que apuesta por la diplomacia. El estallido de esta guerra puede servir para medir la verdadera posición de varios países, con especial énfasis en Arabia Saudí, así como para palpar cómo está la marea política en Cisjordania.
En cuanto al conflicto en sí, se pronostica una guerra larga. Si finalmente se confirma el despliegue terrestre israelí para la toma de Gaza evidentemente cambian los tiempos de acción, en los que habrá que prestar atención al desarrollo de la guerra urbana, a los actores indirectamente implicados y a la eficiencia diplomática. El coste humano y el resultado militar dictarán sentencia con Netanyahu, que puede consumirse o resucitar políticamente.
Este ataque injustificable por parte de Hamas no debe distorsionar ni quitar trascendencia a la causa palestina. Hamas no es Gaza, tampoco Palestina; a partir de este mantra, Israel debe usar sus capacidades para yugular a Hamas, sin que ello cueste vidas inocentes por el camino. Esta diferencia deben remarcarla Washington y Bruselas, si hace falta a modo de presión; su credibilidad está, una vez más, a prueba. Israel es uno de los países más eficientes y cualificados en el marco operacional, con las herramientas (en inteligencia y militares) para alcanzar de manera precisa a sus objetivos. Por eso el bombardeo indiscriminado es una cuestión de voluntad, no de necesidad. Estamos hablando de que Gaza es un espacio con 2,3 millones de personas con una densidad de población de 5.000hab/km2.
Por ahora, todos los ojos están centrados en la Franja de Gaza, pero si el conflicto se alarga, como los indicios en la narrativa y en los pasos operacionales dejan entrever, habrá que prestar atención a la reacción en Cisjordania, a la consistencia del Gobierno de emergencia israelí y a aquellos actores externos con capacidad de incidir: desde el papel intermediario de Egipto, Jordania o, incluso, Qatar – cuya relación con Hamas es directa –, a una escala mayor, como Arabia Saudí, Irán, Estados Unidos o China. De todos estos, China puede ser el actor mejor posicionado por su talla y reputación, dado que es el país que menos desconfianza levanta por su escaso historial en la región. Su destreza diplomática quedó constatada en el acercamiento entre Irán y Arabia Saudí el pasado marzo.
En definitiva, el penúltimo episodio del conflicto palestino-israelí ha estallado sin previsión. Está por ver su duración y el eco regional que provoca. Sin duda, el desalojo de la Franja y la ocupación israelí abren un nuevo capítulo que vaticina destrucción e incertidumbre para todos los implicados, y que vuelve a poner a prueba la habilidad diplomática de los clásicos del orden internacional.
Lo que nos deja en claro esta primera semana es la naturaleza terrorista de Hamas, que no debe significar el apoyo incondicional a la respuesta de Israel que estamos viendo. Es un conflicto demasiado longevo y complejo para verlo desde una óptica de blancos y negros. Se está usando una retórica peligrosa que incita a los extremos, pero hay otras perspectivas menos incendiarias que se están obviando por la tensión del momento.