Rusia toma nota de sus adversarios ante la crisis
El aparato de influencia ruso se puso en marcha desde los primeros atisbos de lo que ha terminado por convertirse en una crisis a escala global. Se trata de la oportunidad perfecta para tomar la medida a sus socios y rivales políticos a nivel internacional en lo que constituye una situación sin precedentes en la historia reciente. Los ojos del mundo entero están ahora en cada uno de los líderes y gobiernos que luchan contra la pandemia en los respectivos países y podemos estar seguros sin ningún género de dudas que hay otras miradas que analizan desde la distancia.
Europa parece sumida en un caos disfrazado de serenidad, una aparente calma que no puede ignorar los terribles efectos secundarios que lleva aparejado el bloqueo global impuesto sin concesiones por el virus. Un sector privado gravemente herido, gobiernos que buscan desesperadamente las armas con las que combatir a un adversario inesperado y en gran medida desconocido hasta el momento, son solamente la punta del iceberg con el que hemos ido a chocar. Imaginemos por un momento el impacto que tendría sobre la crisis actual la problemática adicional de unos adversarios a la espera de una oportunidad contra Occidente.
Mientras, en este escenario Rusia ha evitado a toda costa y desde un primer momento hacer referencia a aquellos términos que llevan aparejadas connotaciones negativas que podrían volverse contra el Kremlin, absteniéndose de emplear los conceptos legales de “cuarentena” o “estado de emergencia”, cuya implicaciones jurídicas supondrían una mancha en la popularidad del presidente Putin y eventualmente un problema de cara a unas próximas elecciones.
En este contexto la mayoría de los gobiernos se encuentran haciendo malabares en cada comparecencia frente a los medios de comunicación y sus respectivas audiencias, sin embargo, la estrategia rusa en esta ocasión ha adoptado un patrón característico que se viene repitiendo desde los primeros compases.
El discurso político viene marcado por el empleo de medidas mucho más imprecisas o que directamente no se encuentran contempladas en el ordenamiento jurídico ruso. Es el caso de expresiones como “régimen de autoaislamiento” y “amenaza de emergencia” que vendrían a sustituir a un compendio de conceptos proscritos por la cúpula del poder ruso.
El blindaje del presidente Putin resulta evidente en la medida en que en cada una de sus comparecencias tiene reservada la parte más agradable, o menos engorrosa, tales como el anuncio de unas “vacaciones retribuidas” sin referencia alguna a las limitaciones de movimiento o cualquier otra medida que pueda incomodar a la opinión pública. Las malas noticias correrían al cargo de otras figuras, como el alcalde de Moscú, Serguéi Sobyanin, o el primer ministro Mijaíl Mishustin, evitando así el deterioro de la imagen presidencial de Putin.
Paralelamente y del mismo modo que lo ha estado haciendo China en las últimas semanas, el aparato diplomático ruso se ha esforzado por mostrar su lado más amable al mundo, edulcorándolo con la falta de transparencia habitual que le atribuyen los analistas en cuanto a datos fiables referidos al número de contagios y víctimas por coronavirus en sus respectivos territorios.
La desinformación ruso-china no se ha hecho esperar y día tras día vemos aluviones de noticias falsas o manipuladas cuyo principal objetivo es echar leña al fuego occidental, y que hemos podido ver en forma de titulares como: “El coronavirus podría haberse originado en Letonia”(Sputnik 15/03/20); “Culpar a China del COVID-19 es una táctica, como culpar a Rusia del MH17 (Journal of New Eastern Outlook 01/04/20); USAID es un grupo terrorista afiliado a la CIA que creó el coronavirus (Journal of New Eastern Outlook 01/04/20); “COVID-19: un experimento sociológico a gran escala para ver cuanta represión están dispuestos a aguantar los ciudadanos (southfront.org 31/03/20).
Solamente en el mes de marzo, la base de datos EU vs Disinfo registro más de 150 casos de desinformación relacionada con el coronavirus, en muchos casos centrada en ensalzar la gestión de países como Rusia o China en la lucha contra la expansión del virus en sus territorios, alabando la figura de Putin o la eficacia de las medidas chinas. Incluso los terroristas han visto en esta crisis un filón a explotar en beneficio de su causa, transformando la pandemia en una “venganza religiosa” contra los “cruzados occidentales”.
El coronavirus también ha supuesto un golpe importante a las actividades militares occidentales. Hemos asistido a una suspensión tras otra de ejercicios conjuntos en suelo europeo y a unas restricciones sin precedentes, por razones de seguridad, en el desplazamiento de personal y material no esencial. La cancelación del ejercicio Defender-Europe 20 es solamente un ejemplo, y en ningún caso su importancia es vital tal y como han manifestado fuentes norteamericanas, resaltando la unidad entre los miembros de la OTAN en estos momentos difíciles. Sin embargo, este tipo de maniobras lleva aparejadas otras connotaciones que van más allá de lo puramente militar y su cancelación en un momento como este lanza un mensaje a los adversarios, uno que puede ser interpretado como debilidad europea bajo unas circunstancias determinadas.
No obstante, en estos momentos el desafío continúa siendo hacer frente a la pandemia. Hasta que todo esté controlado, tendremos que conformarnos con mirar de reojo a los rivales, con plena seguridad de que el caos está siendo aprovechado didácticamente por todos ellos, aprendiendo de que somos capaces y de que no, en momentos críticos.