La nueva estrategia de la OTAN abordará las amenazas emergentes
La OTAN se encuentra en pleno proceso de desarrollo de una estrategia integral, cuyo enfoque abarque todos los dominios de actuación, incluyendo los nuevos espacios de conflicto, y con la espera restablecer el enfoque de la alianza en lo que respecta a conflictos de alto nivel.
Se trata de una estrategia euroatlántica que pretende subsanar las deficiencias existentes en cuanto a capacidad de respuesta, al mismo tiempo que establece un enfoque solido a la hora de abordar las amenazas emergentes en los nuevos escenarios de batalla. El dominio ciberespacial y las nuevas tecnologías asociadas a este nuevo espacio de conflicto, como es el caso de la Inteligencia Artificial (IA) jugarán un papel primordial en este nuevo enfoque.
Según Mircea Geoana, vicesecretario general de la OTAN, esta nueva estrategia debe ser vista y entendida como una oportunidad, además de como el estimulo necesario para que la Unión Europea adquiera un mayor protagonismo a la hora de enfrenar la amplia gama de desafíos de seguridad actuales y futuros, que irían desde la protección de las infraestructuras críticas hasta el guerra híbrida en si misma.
En esta línea, también hizo referencia al compromiso de una UE con el ejercicio Defender Europe, como ejemplo de la implicación creciente adoptada en materia de seguridad, especialmente desde el conflicto de Crimea en 2014. Este ejercicio que lidera el ejército norteamericano congrega en cada edición a más de 20.000 militares.
Los analistas más optimistas coinciden con la visión que ha tratado de trasladar el vicesecretario, y ven en este ejercicio la clara demostración de la determinación de EE.UU en su apuesta por defender a sus aliados y socios al otro lado del Atlántico.
Además de implicar un número más que considerable de militares y personal, también habría probado la capacidad para movilizar un volumen de efectivos de dicha envergadura desde puertos y aeródromos estadounidenses, a través del océano, a puertos y aeródromos europeos, así como a través del continente vía ferrocarril, aérea y por cualquier otro medio disponible.
A pesar de que con motivo de la crisis ocasionada por el coronavirus se optó por prescindir de la movilización de fuerzas sobre el terreno como medida preventiva, tanto la planificación como la ejecución del ejercicio entre la OTAN y la UE han continuado exitosamente en todos aquellos aspectos que no interfieren con las disposiciones sanitarias adoptadas.
Este nuevo enfoque contribuiría a los procesos de reevaluación de amenazas, ayudando a identificar las brechas en la estrategia de defensa y disuasión de la alianza atlántica. El propio subsecretario adjunto de defensa para Europa y la OTAN incidió en la importancia tanto del Mar Negro y del Mediterráneo al catalogarlos como dos de los mayores desafíos a tener en cuenta, elogiando al mismo tiempo el papel que han jugado Rumania y Bulgaria por su implicación en las operaciones de la OTAN en la defensa de estos focos críticos.
Al tradicional y aparentemente olvidado deseo de expansión territorial, con el recuerdo todavía reciente de Crimea, se suman las nuevas problemáticas asociadas al auge que está experimentado la guerra de la información, todos ellos desafíos emergentes que no pueden ser desatendidos. Prueba de ello son las agresivas campañas de desinformación impulsadas por China y Rusia, aprovechando la pandemia, o el incremento de las tensiones diplomáticas y económicas exacerbadas por la crisis.
Según los expertos, el objetivo de este flujo constante de desinformación no es otro que alcanzar la victoria arriesgando lo menos posible, tratando de lograr cambios en las políticas de los adversarios, o sencillamente distraer y confundir a la opinión pública para ocultar las verdaderas intenciones de sus difusores.
El COVID-19 y las consecuencias que está dejando a su paso han suscitado multitud de interrogantes en materia de seguridad internacional. Sin embargo, paralelamente también ha enseñado algunas lecciones a las naciones occidentales. Podríamos referirnos a la disponibilidad de los recursos sanitarios suficientes, pero en situaciones de emergencia internacional tampoco podría desatenderse la disponibilidad de infraestructuras adaptadas al traslado de personas o material.
Para el caso nos serviría el ejemplo de la Guerra Fría, dónde tanto las comunicaciones como las infraestructuras de transportes de sus principales protagonistas se encontraban bajo control estatal. Los gobiernos eran los encargados de fijar los estándares para el ancho de las carreteras o la capacidad ferroviaria. Lo anterior dista mucho de la situación actual, hecho que no deja de ser tranquilizador, pero hoy entran en juego empresas privadas que controlan dichas infraestructuras y una Europa en la que no se han mantenido unos estándares uniformes que podrían facilitar una respuesta conjunta más efectiva en caso de crisis.
En este sentido la UE ha dado algunos pasos en esta dirección, tratando de establecer unos estándares homogéneos de cara a la construcción de infraestructuras que faciliten la movilidad en caso de emergencia. Este rumbo es visto con bueno ojos por todos aquellos que ven en estos difíciles momentos una oportunidad para repensar nuestras estrategias y construir en común para ser juntos un poco menos vulnerables a los nuevos desafíos.