Irán. La nación forjada a partir de sus enemistades

La República Islámica es un país marcado por sus enemistades. La confrontación existencial con Israel, la rivalidad geopolítica con Arabia Saudí o el rechazo hacia Estados Unidos ha condicionado la dirección política del país asiático las últimas cuatro décadas; tanto en el marco externo como en su gobernanza interior. Paralelamente, Irán posee una incidencia regional orgánica. Su ubicación, historia, recursos y población, así como su morfología militar y diplomática, configuran la columna vertebral de una potencia que en otras circunstancias ya estaría reconocida y consolidada como fuerza primaria de Oriente Medio. Además, hay que resaltar la preferencia estratégica que la nación persa ocupa en el Estrecho de Ormuz que, además de su propia capacidad fisiocrática, tiene repercusión sobre los circuitos comerciales de hidrocarburos a escala planetaria al ser lugar de tránsito de una 1/5 parte del crudo mundial.

Estrecho de Ormuz [Fuente: Wikipedia]

En el plano interno, la esfera de poder iraní está representada por la dualidad política entre revisionistas y aperturistas. Gran exponente de los primeros es la Guardia Revolucionaria, que ha ido absorbiendo poder en cada marco estratégico, y que además es responsable de la proyección de Irán en el exterior. A razón de ello, se ha convertido en un reto para el Estado persa encontrar el equilibrio entre las aspiraciones geopolíticas y la coyuntura dentro del país: una sociedad que demanda una evolución sociopolítica y una teocracia revisionista que se justifica en el ideario de la Revolución Islámica para proyectar su poder. Los aperturistas, por su parte, aspiran a cambiar la situación del país en la esfera internacional en pos de alcanzar unas condiciones económicas benignas sin sanciones sobre su país.

Los últimos cuarenta años en Irán no se pueden analizar sin el rechazo del régimen teocrático hacia Occidente, en origen debido al antagonismo de sus valores islámicos chiís duodecimanos. La República Islámica ha vivido denostada desde 1979, fruto de su relación, especialmente, con Estados Unidos. Los acontecimientos a lo largo del siglo XX, marcados por la corrupción estatal y la sumisión del régimen de Mohammad Reza Pahleví a Occidente derivaron en el estallido de la Revolución de 1979, y cuyo suceso representativo fue el asalto a la embajada estadounidense en Teherán. A pesar de que la gesta revolucionaria fue fruto de un abanico de ideologías (izquierdistas, nacionalistas e islamistas), ésta originaría la República Islámica, el Velayat-e Faqih (sistema islámico basado en las reglas clericales). Desde entonces no han existido relaciones diplomáticas oficiales entre Irán y Estados Unidos.

Crisis de los rehenes. Ataque a la embajada estadounidense por estudiantes iraníes en 1979 [Fuente: Wikipedia]

El régimen teocrático ha sido acusado de financiar y apoyar a grupos terroristas, de estar detrás de ataques contra intereses norteamericanos, así como de desarrollar el programa nuclear. Las sanciones impuestas por la potencia hegemónica a Irán – y las limitaciones de inversión e importaciones que éstas han supuesto – han conducido al país asiático a desarrollar una infraestructura limitada pero capacitada, diseñada para cumplir con las ambiciones del Gobierno y responder a las amenazas que su realidad exige. Un contexto que propiciaría el desarrollo de facultades militares focalizadas hacia la guerra no convencional.

Dentro de todo el organigrama de poder de la República Islámica resalta el líder supremo, emblema de la nación en un régimen teocrático que empieza y acaba en él. Su figura personifica el ideario de la Revolución Islámica; el ayatolá Jomeini como líder original, y posteriormente el ayatolá Jamenei. El líder supremo marca las directrices del Estado, desde los medios de comunicación hasta la Inteligencia y la élite militar (Guardia Revolucionaria). En paralelo, la repercusión de su cargo como ayatolá le otorga gran influencia dentro del orbe chií, lo que se traduce en otra vertiente de poder geopolítico.

La Guardia Revolucionaria de la República (IRGC) es el órgano creado a partir de la Revolución por el ayatolá Jomeini. Esta entidad ha ido evolucionando en simbiosis con la República Islámica hasta erigirse como el cuerpo militar preponderante. Sin embargo, hoy es una organización que sobrepasa la esfera militar; su incidencia en cada dimensión estratégica, desde el sistema bancario al orbe empresarial, ha gestado una suerte de Estado dentro del propio Estado. La Guardia Revolucionaria responde ante el líder supremo y su principal misión es mantener los valores de la Revolución y proyectar éstos en las zonas de interés geopolítico. A colación de estos objetivos, se creó la Fuerza Al Quds, cuerpos de élite que operan en el exterior. Esta facción es responsable de la profundidad geopolítica que Irán mantiene en el mundo, que se concentran especialmente en Líbano, Iraq y Siria; aunque su alcance llegue a Latinoamérica, Asia Central, África o el Lejano Oriente. El general Qasem Soleimani era su líder por antonomasia.

Corredores de interés iraní hacia el Mediterráneo [Fuente:CSIS]

Las limitaciones con las que ha vivido Irán desde la Revolución, unido a su propia exigencia geopolítica como potencia regional, han derivado en un desarrollo de recursos militares centrados en las capacidades bélicas no convencionales. Durante la guerra contra Iraq (1980-1988) se tomó conciencia de las deficiencias de la doctrina militar iraní y de la flaquezas de sus fuerzas militares convencionales. Esta revelación propició el desarrollo de una infraestructura militar más asimétrica, que proporcionaba mayor amplitud y se adecuaba mejor a sus recursos y necesidades. Esta realidad propició el trato con milicias fuera del propio país. Así comenzaría la red de influencia que hoy Irán atesora y que representa una parte fundamental de la columna vertebral de su política en la región. El último ejemplo se ha palpado en la guerra de Siria, escenario que ha dado la oportunidad a Teherán de establecer bases fijas en el país árabe, y así afianzar la ambición del corredor hacia el Mediterráneo.

Los IRGC han sido los responsables operativos de desarrollar una amplias dotes en estrategia asimétrica, debido a que las sanciones dificultaron durante décadas la importación de material y tecnología propicio para consolidar fuerzas militares regulares; una diferencia estratégica con respecto a otros actores regionales como Arabia Saudí o Turquía. Las Fuerzas Armadas de Irán tienen en sus filas a 530.000 efectivos, de lo cuales en torno a 350.000 pertenecen al ejército regular, y 125.000 a los Guardianes de la Revolución. El gasto militar osciló entre los 13.000-20.000 millones de dólares en 2018, según el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz. Dentro del organigrama militar, la fuerza Al Quds se estima que disponen de 7.000 efectivos preparados para la guerra asimétrica.

Parte de su estrategia ha consistido en desarrollar una red de influencia a través de milicias en diferentes países de interés estratégico para Irán; este ardid limita los gastos y reduce la presión internacional, al mismo tiempo que resulta un dispositivo eficiente para compensar la inferioridad iraní en sus capacidades de las guerra convencional. Entre la diversidad de milicias, principalmente chiíes, que la fuerza Al Quds ha apoyado y entrenado, destacan los hutíes en Yemen, los hazaras y la brigada Fatemiyoun en Afganistán, la Kataib Hezbollah en Irak, la brigada Zainab en Pakistán, la brigada al-Ashtar en Bahrein, o Hezbollah en el Líbano. Mención especial merece este último, que resulta el ejemplo de evolución estratégica que Teherán ambiciona para cada grupo que respalda en el exterior.

Otro tema es lo referente en materia aérea. Para contrarrestar la inferioridad que presenta en este espacio – especialmente contra enemigos directos y próximos como Arabia Saudí e Israel –, Irán ha puesto en funcionamiento un programa de misiles suficientemente eficaz para mantener su línea defensiva. Pese a las sanciones estadounidenses, Teherán ha logrado desarrollar durante las últimos años tecnología militar en lo referente a la defensa antiaérea; cuestión que ha levantado presiones diplomáticas a las añadidas por su carrera nuclear. Bajo la misma premisa, la República Islámica también cuenta con una flota ante el valor estratégico del Estrecho de Ormuz.

Misiles balísticos del arsenal iraní [Fuente: Al Jazeera]

Esta planteamiento híbrido de su dispositivo militar es una de las razones por las que la nación persa ha conservado su preponderancia como actor regional, dado que su profundidad de influencia, acompañado a su morfología militar y armamento defensivo, han convertido a Irán en un rival inconveniente a ojos de sus enemigos. A estas condiciones se debe añadir el factor nuclear, un arma que Irán lleva intentando adquirir varias décadas y que supondría la confirmación de este país como potencia irreductible; además de elemento disuasorio definitivo.

El acuerdo alcanzado en julio de 2015, el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés), firmado por los cinco miembros permanentes de Naciones Unidas junto a Alemania (P5+1) e Irán para frenar la carrera nuclear de este último, fue un ejercicio de ingeniería diplomática. El pacto postergaba que Irán se convirtiera en una nación nuclear a cambio de un levantamiento escalonado de las sanciones sobre sus sectores estratégicos. Por su parte, Teherán se comprometía al cese de procesamiento de uranio altamente enriquecido los próximos 15 años, debía rebajar sus reservas de uranio enriquecido hasta los 300kg (poseía 12.000), y desmantelar dos tercios de sus centrifugadoras. Además, como requisito definitivo, el Gobierno iraní permitiría la supervisión de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) para constatar ante la corte internacional su cumplimiento del acuerdo.

En 2018 Donald Trump cumplía con su promesa de campaña y Estados Unidos se retiraba del JPCOA, aplicando una vez más sanciones sobre el comercio iraní. Éstas se centraron en los sectores mercantil y financiero, en aras de presionar al régimen iraní a través de sus ciudadanos. Como respuesta, la el régimen teocrático puso en marcha una proceso para la reestructuración de su economía mediante la diversificación en mercados emergentes como el manufacturero. En ese tiempo Irán también encontró una vía alternativa en el comercio mediante pagos informales, unos canales que han rebajado el impacto de las sanciones estadounidenses. Del mismo modo, la postura unilateral norteamericana ha incrementado el comercio de Teherán con Pekín y Moscú, ambas opuestas a la postura de la Casa Blanca. Desde el Viejo Continente, dispositivos económicos como INSTEX han sido la respuesta de la Unión Europea para contrarrestar el impacto de las sanciones estadounidenses. Se trata de un mecanismo bancario que aspira a dinamiza el comercio de bienes básicos. No obstante, surgió el obstáculo de que las sanciones norteamericanas afectaron a su implementación.

El Ejecutivo iraní ha apostado por dar continuidad a la relación con las naciones que aún sustentan el acuerdo nuclear, a pesar de que varios líderes europeos ven complicada la sostenibilidad del JCPOA sin Estados Unidos. Por ello, su prioridad es sentar a representantes de Irán y Estados Unidos a reconducir la situación. Sin embargo, para añadir más complejidad a la entramado diplomático, el presidente iraní, Hassan Rohaní, ha condicionado una posible revalidación del acuerdo con Estados Unidos a la previa suspensión de las sanciones sobre su país. En el orden de cosas, si bien Irán permanece en el JCPOA, el país asiático ha excedido los parámetros pactados sobre el enriquecimiento de uranio en respuesta al abandono estadounidense del acuerdo. Ésta es una jugada medida de doble valor: Irán ha acortado los tiempos para alcanzar el arma nuclear, cuya gesta, al estar en conocimiento de los líderes mundiales, funciona también como instrumento de presión diplomática.

Hassan Rohaní fue personaje troncal del proceso diplomático que derivó en el pacto nuclear. Su victoria en las elecciones de 2013 fue un reflejo de las aspiraciones de aperturismo que albergaba la sociedad iraní. De hecho, el primer mandato de Rohaní estuvo marcado por la firma del acuerdo nuclear y el consecuente levantamiento de las sanciones. Desde la óptica internacional, el cambio de un líder iraní férreo como Mahmud Ahmadinejad por el moderado Hassan Rohan representa una oportunidad al cambio.

Representantes de los países firmantes (junto la Alta Representante de la Unión Europea) del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) [Fuente: Wikipedia]

A pesar de la retirada de Estados Unidos del pacto nuclear, de la proclamación desde Washington de la Guardia Revolucionaria como grupo terrorista, o el asesinato de Qasem Soleimani a principios de año, Irán ha permanecido en el JCPOA. Los hechos evidencian un Gobierno iraní que no quiere renunciar a lo firmado y aspira a reinsertarse en orden internacional. Rohaní tiene mucho que ver con esta postura a pesar de las presiones que recibe de los círculos iraníes más revisionista, que reúne a influyentes figuras religiosas y de la Guardia Revolucionaria. Sin embargo, no ha ayudado el limitado impacto que ha tenido en la economía iraní el levantamiento de las sanciones, aunque también habría que atender a las operaciones iraníes en el extranjero, cuyo coste incide en el nivel de vida de la sociedad iraní.

Rohaní se presta al diálogo y está dispuesto a una apertura de Irán, pero se ha centrado en la política internacional; en potenciar los vínculos políticos con Europa y Asia para que ello fructifique en réditos económicos mediante la inversión de capital. Sin embargo, en lo referente a la política regional, el actual Ejecutivo iraní no se opone a la visión de los conservadores sobre el despliegue de recursos en las áreas de influencia. Esta perspectiva responde a la naturaleza geopolítica de la nación, ya que la proyección regional es una constante estratégica de Irán como demostración de fuerza en Oriente Medio; bien distinto que la política internacional, que aspira a vertebrar un proyecto económico exento de sanciones, y del que Rohaní es el máximo exponente.

La operación estadounidense que acabó con la vida de Qasem Soleimani resultó tanto una demostración de resolución operativa como de miopía estratégica. El general iraní era uno de los personajes más influyente de Oriente Medio; icono y organizador de la eficiente maquinaria híbrida del régimen y de su despliegue de fuerzas e influencia en su radio de interés. Si bien su asesinato representa buena materia prima para la propaganda norteamericana, en Irán su fallecimiento ha dado razones para unificar a la población y conceder la oportunidad al Gobierno de señalar a las fuerzas extranjeras como causa de los males internos.

En cuanto a la relación con potencias, Rusia puede hacer de los paralelismos con Irán un argumento estratégico: sufre como la nación persa las sanciones y la crítica occidental, y sus intereses convergen en cuanto al rechazo sobre el orden internacional ponderado desde Washington. Moscú podría movilizar recursos de tal manera que la entente formada en favor de la Siria de Bashar al-Assad pueda derivar en una cooperación de mayor magnitud que ayude a mitigar el efecto de las sanciones.

Respecto a China, una vínculo con Irán más sólido sigue la tendencia estratégica del gigante asiático, que demanda recursos naturales, es miembro permanente del Consejo de Seguridad, no se inmiscuye en la coyuntura interna de otros países y es un actor con amplia capacidad de inversión; además puede encontrar en Irán otro pivote hacia el Océano Índico en su Nueva Ruta de la Seda, aunque este escenario cobra menos peso dado que ya se ha proyectado en el puerto pakistaní de Gradar. En cualquier caso, todo acercamiento entre Irán y estos países supone una presión geopolítica para Estados Unidos.

Hasan Rohaní, cabeza del Gobierno iraní [Fuente: Wikipedia]

En cuanto a Occidente, la política estadounidense sobre el acuerdo nuclear está dislocando las relaciones trasatlánticas; otra cuestión de la agenda internacional que deja de manifiesto la disonancia entre el actual Ejecutivo norteamericano y la Unión Europea. Esta última ha optado por una estrategia flexible de dar concesiones en busca de una apertura desde el interior de Irán. La agresividad narrativa y política de la Administración Trump representa una involución en parámetros diplomáticos: cuanta más presión se ejerza sobre el Gobierno moderado de Rohaní más reforzada se verá la visión militarista de sus rivales revisionistas.

Para los países europeos la actual situación es una oportunidad para demostrar que la Unión puede erigirse como actor autónomo en la agenda internacional. Puede resultar la ocasión de Bruselas para pavimentar una agenda geopolítica propia y desmarcarse de un aliado, como es Estados Unidos, que ha demostrado su prioridad por sus intereses estratégicos en el marco de Asia-Pacífico y su disputa con China, un escenario que Europa no contempla con la misma prioridad.

Rohaní ha presentado un perfil político más convergente a la línea de moderación que puede ganar crédito ante la diplomacia occidental. Del mismo modo, su reconocimiento de las minorías y su proximidad hacia los derechos de las mujeres ha ganado a colectivos que ven en su personaje político un paso hacia la evolución de la clase dirigente iraní. No obstante, a pesar de su perfil dialogante, Rohaní mantiene un talante conservador en ciertos temas, como por ejemplo su postura crítica contra el Movimiento Verde surgido en 2009.

A finales de 2019 se sucedían las protestas sociales en Irán ante la situación económica que vivía el país. Ese año Irán padeció una inflación desmesurada, el PIB menguó un 8,2% y el desempleo se mantuvo en torno al 12%. La presidencia de Rohaní no ha cubierto las expectativas de la sociedad iraní, y el descontento a finales de año se reflejaba en parte del colectivo social. Sin embargo, toda esta crispación popular fue eclipsada por el asesinato del general Soleimani a principios de 2020. Su muerte sirvió a las cortes de poder iraní para eximirse de sus responsabilidades y señalar una vez más a Estados Unidos como origen de sus problemas.

El escenario de una guerra es el menos probable, al menos en su versión más convencional. No le interesa a Irán, conocedor de que su inferioridad puede acabar con el régimen; tampoco a Estados Unidos, consciente de que su superioridad militar no le asegura la victoria, y cuyos costes serían muy difíciles de cubrir. Todo ello con el añadido de conceder a Rusia y a China ventaja estratégica al sobrecargar la agenda internacional estadounidense.

Qasim Soleimani, líder de las Fuerzas al Quds y figura reputada en Oriente Medio [Fuente: Wikipedia]

A pesar de la actual disyuntiva occidental en cuanto al JCPOA, el regimen iraní ha demostrado visión estratégica al mantenerse en el pacto nuclear; ha tenido la capacidad de medir el contexto y contemporizar sus decisiones dejando abierta la vía del diálogo. Dentro de la esfera internacional había constancia de las limitaciones del pacto nuclear firmado en 2015. A pesar de la temporalidad de sus condiciones, la firma demostró una congruencia entre las partes firmantes capaz de cambiar la naturaleza diplomática entre Irán y Occidente. Sin embargo, los últimos acontecimientos han puesto a prueba la resolución estadista del gabinete de Hassan Rohan. Ahora las opciones que se vislumbran en cuanto al acuerdo nuclear y a la posición internacional de Irán están a la espera del resultado electoral estadounidense. Irán es consciente de que un gobierno demócrata en la Casa Blanca aspirará a reconducir la situación pactada por la Administración Obama, y ahí la República Islámica tendrá la posición preferente; en el caso de que Donald Trump sea reelegido, el Ejecutivo iraní tendrá muy complicado sobreponerse a las presiones internas para mantenerse en el pacto al mismo tiempo que padece las sanciones.

Definitivamente, el Estado persa debe encarar el reto de responder a las necesidades de su colectivo social al mismo tiempo que cumple con su aspiraciones geopolíticas. El equilibrio entre ambas prioridades configurará el futuro de la República Islámica. Esta situación ha cobrado mayor peso en los últimos años debido a que, a pesar de la supresión temporal de las sanciones, el pueblo iraní no ha visto mejorado su nivel de vida. Un hecho que mantiene cierta correlación con el gasto del Gobierno en las guerras subsidiarias (proxy wars) en Siria y Yemen, y la influencia político-militar consolidada en Iraq.

El régimen iraní sabe cómo actuar arrinconado, de ahí que sea un negociador irreverente. Sin embargo, si la dirigencia en Teherán sabe gestionar el juego de fuerzas, incidiendo con demandas realistas y rompiendo con su draconiana ortodoxia diplomática, saldrán tan reforzados como ganadores de la mesa de negociación. La República Islámica tiene la oportunidad de acabar con su aislamiento internacional demostrando una política exterior moderada, un cambio que le permitiría dejar de definir sus prioridades a partir de sus enemigos. Irán, sin el lastre de las sanciones, es una potencia regional por naturaleza histórica y capacidades propias.