El G20, Ucrania, el Sur Global y el apagón de Occidente
La guerra en Ucrania nunca ha sido un conflicto de dos. Los efectos tectónicos a tantos niveles justifican la constelación de implicados desde que en febrero de 2022 Rusia decidiera lanzar la Operación Militar Especial. No obstante, más allá de medir el contexto de guerra, también han quedado a la vista una serie de dinámicas en el marco internacional que merece la pena apuntar. La cumbre del G20 celebrada en la India hace escasos días ha dejado varios detalles significativos sobre el futuro del organigrama mundial. Por ello, se debe explicar la relación entre el G20, Ucrania, el Sur Global y el orden multipolar. Conceptos con significado propio, pero que guardan una línea argumental común.
· · ·
En plena transición del orden mundial las potencias medias fuera del orbe occidental se están dando cuenta de que su margen de acción ha aumentado. No tienen tanta rigidez a la hora de seguir los intereses de sus grandes aliados, lo que les ha llevado a explotar los beneficios de permitirse mayor amplitud estratégica. Esto se debe a que los actores regionales han encontrado un espacio de utilidad geopolítica al lidiar en escenarios de interdependencia y fricción entre las grandes potencias. De esta forma se encuentran con la oportunidad de bascular sus relaciones entre los colosos, lo que provoca que aumente su incidencia en el teatro internacional.
A pesar de la bipolaridad de grandes potencias – con una Rusia en decadencia –, el sistema económico interconectado impide que haya bloques cerrados e independientes como sucedió durante la Guerra Fría. Hoy, las relaciones no son fijas y las naciones comparten vínculos económico con países enfrentados. La guerra en Ucrania ha reafirmado esta realidad. Sin embargo, esta coyuntura provoca una disfunción en el marco internacional, ya que los vínculos comerciales y los intereses geopolíticos entre naciones causan tal grado de divergencia que son fuente de tensiones constantes. De hecho, este escenario se percibe al máximo nivel estratégico, ya que incluso entre China y Estados Unidos se ha forjado una gran interdependencia económica al mismo tiempo que libran una batalla por definir el futuro del orden de fuerzas.
Además, a ello se suma que el sistema planteado por Occidente ha perdido fuerza. El multilateralismo y los valores democráticos no han propiciado el progreso económico que las naciones en vías de desarrollo esperaban bajo el ideario que se planteó. Eventos como la cumbre del G20 prueban la insistencia en una idea que Occidente se aferra en defender, mientras países del sur, con India a la cabeza, aspiran a ser impulsores de un cambio en el ordenamiento global bajo proyectos alternativos más inclusivos.
La idea del Sur Global y los BRICS
La idea del Sur Global no es reciente. Ya tras la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la Guerra Fría, surgieron agrupaciones con la idea de buscar un camino propio, alejado de la partitura planteada desde Europa y Estados Unidos. En los últimos tiempos se habla del Sur Global en términos para definir a aquellos países de África, Asia y Sudamérica que anhelan un proyecto propio que defienda sus intereses de manera prioritaria y equitativa.
India es el gran referente de aquello que es el Sur Global y se ha erigido como su mejor voz. Un actor regional con valor estratégico a partir de su posición, la quinta economía del mundo, con potencial para crecer y con un planteamiento político de no alinearse con nadie dentro del tablero geopolítico. Nueva Delhi ve a China como gran rival, mientras mantiene fructíferas relaciones con Estados Unidos y vínculos firmes con Rusia. Tal posición diplomática es tan particular que le otorga un valor al alza dentro de la comunidad internacional, tanto a la hora de lidiar entre los grandes colosos como por la capacidad de convertirse en un actor transversal del sistema vigente: nación colonizada, con una masa demográfica determinante, una tecnificación en ciernes y una posición privilegiada respecto al centro de gravedad económico que es el Indo-Pacífico.
Ampliando la escala, esta situación la comparten muchas naciones, lo que facilita que se alimente una narrativa para todos aquellos países del sur descontentos por las directrices del sistema vertebrado desde Occidente y que, además, sufrieron el yugo colonial en épocas pretéritas. De ahí la atracción que puede generar el Sur Global como una corriente alternativa. India, Brasil y Sudáfrica son las naciones que mejor representan esta cosmovisión.
Esta visión está cogiendo cuerpo una idea de hace décadas: el desarrollado de una conciencia colectiva entre países que se sienten denostados y que quieren mantener su autonomía. Ya hubo resquicios de esta suerte de movimientos durante la segunda parte del siglo pasado con la celebración de las cumbres de países no alineados: las conferencias de Bandung (1955), Belgrado (1961) y la Conferencia Tricontinental de La Habana (1966) dejaron entrever en su momento una corriente por idear un plan económico conjunto alejado de los engranajes colonialistas sufridos hasta el momento.
El Sur Global no es un término nuevo, pero es cada vez más mencionado por todo lo que representa y la amplitud de oportunidades que aúna; su potencial es una realidad. Una idea entre los países del sur, cuya margen de crecimiento es mayúsculo. De ahí que levante tal grado de interés estratégico para los actores globales. Este grupo lo conforman 77 Estados de tres continentes: aglutinan el 61% de la masa demográfica global y el 17% del PIB del mundo. Además, cuenta en sus filas con países en auge, potencias regionales de diversos continentes cada vez mejor posicionados en el tablero geopolítico.
Cabe decir que a partir de una visión alejada de la occidental han surgido entidades que aspiran a materializar esta idea en una línea parecida, aunque de diferente fondo. Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) son algunos ejemplos. Por ello, varias naciones del Sur Global se han unido a estas entidades. La integración de diversos países en entidades de este perfil previsiblemente es motor de un cambio en las tendencias internacionales, ya que marca las preferencias estratégicas de diferentes actores regionales. Que Arabia Saudí ingrese en la OCS o que los BRICS integren a 6 naciones de peso regional escenifica el fraccionamiento del tablero internacional y la flexibilidad en la agenda política de determinados actores. La demostración de que las potencias regionales cuentan cada vez con más margen de maniobra en la arena internacional al contar con la opción de bascular entre Oriente y Occidente. Todo ello como consecuencia de la transición hacia la multipolaridad y prueba de la pérdida de centralidad de Occidente.
Especial mención merece el anuncio de hace pocas semanas realizado por los BRICS sobre el ingreso en la organización de seis naciones: Argentina, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Irán, Arabia Saudí y Etiopía. Una maniobra que reconoce la importancia de actores regionales de tres continentes con el denominador común de su giro hacia Oriente, acelerando la proyección de futuro en este espacio del planeta.
A ello hay que sumar la creación del Banco de Desarrollo de los BRICS, otra demostración de la amplitud del proyecto por ser una alternativa, en este caso en el ámbito financiero, al Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial. Y es que dentro de las aspiraciones por parte de las potencias orientales (Rusia y China) el ámbito financiero juega un papel capital, que aspira también a alcanzar la multipolaridad monetaria al competir con el dólar, otro factor que puede convertirse en una oportunidad para los países del Sur Global.
Tiene mucha lógica que, dentro del interés de cooperación de los países del sur, los BRICS quieran explotar el interés paralelo que comparten para atraer a su órbita a países del Sur Global. De hecho, que la India, Brasil o Sudáfrica ya formen parte lo hace más atractivo. Por otro lado, el reciente ingreso de Arabia Saudí, EAU, Irán y Egipto confirma tanto las aspiraciones como el reconocimiento estratégico de Oriente Medio, nada novedoso: la concordancia de Rusia con los países del Golfo a través de la Organización sobre los Precios de Exportación de Petróleo (OPEP); la dirección de Arabia Saudí (con la suma de EAU) en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG); la masa demográfica de Egipto y su ubicación; e Irán como potencia energética denostada son escenarios que ponen el foco en una dirección común. A ello hay que sumar que el espacio MENA (Medio Oriente y Norte de África) en su conjunto es la mayor región exportadora del mundo de hidrocarburos y la mayor importadora de cereales.
La integración de estos países – sumando a Argentina y Etiopía – responde a un plan por abarcar dimensiones estrategias en regiones con alto grado de oportunidad, y que al mismo tiempo comparten el descontento por el sistema actual y la ambición por un organigrama internacional de otra índole. Los argumentos mencionados también nos llevan a hablar del continente africano. No se puede infravalorar la dirección de diversos países de África y su relación con China y Rusia. En últimas fechas ha cobrado máxima resonancia la presencia rusa en África a través del Grupo Wagner, sin embargo, esta entidad lleva años desplegada en el continente defendiendo los intereses del Kremlin. La realidad es que tanto Pekín como Moscú se ha asentado en diversos puntos estratégicos y a día de hoy poseen la capacidad de influencia para decantar en su favor decisiones políticas de varios Estados africanos.
En este continente merece especial apunte el papel de Etiopía – recién integrada en el grupo de los BRICS –, dado que es una fuente alimenticia para los países más ricos de Oriente Medio, los mismos que basan su economía en la venta de hidrocarburos (Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) y cuyo negocio les impulsa a tener relaciones fluidas con Rusia, en aras de concretar los precios del petróleo. Esta cuestión ha sido una fuente de tensión entre Washington y Riad en el último año, concretamente cuando el presidente estadounidense, Joe Biden, instó al Reino saudí a contener los precios del petróleo para minimizar el impacto en el contexto de la guerra en Ucrania. Una propuesta que la corte saudí se negó a llevar a cabo.
Estas son la clase de acontecimientos que señalan un cambio de tendencia en las relaciones internacionales, dando muestras de que cada vez son más países los que están desarrollando una amplitud diplomática anteriormente inconcebible. A pesar de que aún es pronto para medir el grado y la repercusión estratégica en el panorama internacional, la naturaleza del cambio no se puede infravalorar dado que cada vez son más las naciones que actúan de tal forma. Siguiendo esta línea, se debe apuntar también el acercamiento entre Irán y la propia Arabia Saudí, actores capitales en Oriente Medio que llevaban años sin relaciones oficiales. En este caso lo que trasciende de este giro diplomático no es el hecho en sí como quién está detrás: Pekín ha sido la responsable de monitorizar e impulsar las conversaciones, demostrando que la República Popular es más que un agente comercial; además, también reafirma su incidencia en una región hasta hace poco bajo directrices norteamericanas.
También hay que hablar de China y de su relación con el Sur Global. La República Popular se considera parte de este círculo, principalmente por interés y cosmovisión propia. Sin embargo, hay opiniones contrapuestas sobre si Pekín verdaderamente puede ser considerada parte de este grupo. Cualquier sociedad en la que esté integrada Pekín estará condicionada cualitativa y cuantitativamente, dada la disparidad de capacidades, como así sucede en la OCS. Pekín es consciente y aspira a jugar con ello. De hecho, diversos países asiáticos muestran su apoyo a Estados Unidos por el contrapeso que el país norteamericano ejerce sobre la influencia del gigante asiático en la región. Sin ser occidental, China posee una cosmovisión imperialista, cuya proyección actual de potencia se contrapone a la misma naturaleza por la que el Sur Global aboga. Desde su mentalidad de potencia, a China le interesa la capacidad de influencia, de tal forma que el discurso y las maniobras políticas de Pekín atraigan a las naciones del Sur Global a organismos dirigidos desde Pekín.
En lo referente a Sudamérica, la contención histórica de Estados Unidos al resto de países del continente incita a éstos buscar caminos alternativos, y el círculo del Sur Global representa una oportunidad. Esta línea de pensamiento explica por qué Brasil o Argentina han apostado con fuerza por organizaciones de esta naturaleza.
Tanto el grupo de los BRICS como el Sur Global representan el distanciamiento y descontento con Occidente, sin embargo, la naturaleza no es la misma, principalmente porque en los BRICS se encuentran China y Rusia. Éstas poseen una mentalidad de potencias que se aleja del ecosistema y objetivos que aspira a conseguir el Sur Global: encontrar una alternativa propia sin tener que rendir cuentas a una fuerza mayor. El Sur Global aspira a una idea que difiere de responder a potencias hegemónicas, que pretende desarrollar crédito geopolítico por entablar relaciones con todos los centros de poder, con la aspiración de convertirse en un futuro en un actor capital en sí mismo.
La cumbre del G20
La cita de este pasado fin de semana ha dejado varias notas de referencia. La primera ha sido dejar constancia del trasfondo del Sur Global como activo geopolítico de presente y futuro. Las ausencias de Xi Jinping y Vladimir Putin es otro punto significativo, pero no menos que una de las imágenes que dejó el evento con la foto de Joe Biden con sus homólogos de Sudáfrica, India, Brasil. Un gesto que aspira a ser un mensaje de contrapeso hacia China y Rusia, dado que todos ellos son miembros originales de los BRICS.
La cumbre organizada por India ha presentado una narrativa comedida, incluso a la hora de tratar la cuestión de Ucrania, en aras de crear la atmósfera diplomática propicia: el discurso abogó por respetar la soberanía territorial, pero sin condenar explícitamente a la Federación rusa. Esta moderación en el discurso prueba la trabajada equidistancia diplomática de países como India, Brasil o Sudáfrica, que quieren remarcar la presencia y la naturaleza del Sur Global. Por ello, el cónclave del G20 también ha servido para medir la consistencia de estas segundas espadas del orden internacional, cuya capacidad de influencia va a ir a mayores dentro del marco multipolar.
En la misma cita, Occidente también aprovechó para mostrar al mundo la consistencia de un multilateralismo en evidente crisis. A pesar de ello, Washington y Bruselas no perdieron la oportunidad para proponer un proyecto que compita con la Nueva Ruta de la Seda china que sirva para enlazar la India con Europa. El proyecto presentado apunta a Arabia Saudí y EAU (además de Israel y Jordania) como puntos de enlace logístico, nada casual tratándose de dos naciones que, a pesar de ser históricos aliados de Norteamérica, en las últimas fechas han incrementado sus miras hacia Rusia y China. También hay un segundo canal en el proyecto que apunta a África (Angola, RDC y Zambia) con la idea de mostrar y atraer también a otros miembros del Sur Global. De esta forma la cumbre del G20 ha servido a Occidente de escaparate para mostrar sus credenciales e intenciones de inclusión. No obstante, está por ver si las formas cumplen con las expectativas del Sur Global en términos de reformulación del sistema internacional.
El G20 aglutina a las mayores economías del planeta, cuyos bloques y juego de alianzas acaparan la arquitectura económica del planeta. Esta cumbre se define en detalles que retratan tanto las tensiones como las prioridades a partir de los discursos, pero también en las ausencias. Además, este evento sirve también para medir la atmósfera entre las grandes economías y la consistencia de diferentes proyectos sobre la gobernanza global. En esta ocasión, el conclave cobra mayor significado por el papel de la India como anfitriona, quien tiene la oportunidad de alzar la voz en torno a las necesidades y el papel futuro del Sur Global.
Guerra en Ucrania
La guerra en Ucrania, el suceso que ha acaparado la atención internacional durante el último año y medio, ha puesto de manifiesto ciertas tendencias que demuestran una reformulación de las potencias medias. Un conflicto como el que libran Ucrania y Rusia acelera cambios en los ejes de poder internacional y en la multiplicación de asociaciones: el rechazo de diversos países a la imposición de sanciones a Rusia, la negativa de Arabia Saudí a Washington sobre los precios del petróleo o el aumento de los negocios de India con el Kremlin evidencian los límites del respaldo de muchos países a Occidente.
Otra cuestión que ha minado la proyección de Occidente es el tema de las sanciones. Tales medidas han dañado la economía mundial sin haber logrado el impacto esperado sobre Rusia en clave de presión y aislamiento. Unas repercusiones que han llegado a todos los continentes, dónde los países con mayor voz – una vez más volvemos a los países del sur – llevan meses señalando su disconformidad con las formas y el efecto que está causando en sus economías. Esta coyuntura no ha hecho más que avivar la idea del Sur Global.
· · ·
El teatro internacional de hoy no se define únicamente por el choque entre grandes potencias. El mundo encara demasiadas crisis solapadas y no todas ellas relacionadas con la guerra en Ucrania. Sin embargo, este acontecimiento amplifica las carencias y las necesidades de cambio en muchas latitudes del planeta. En cuanto a la esfera global, el grado de incidencia de actores regionales en el marco internacional ha aumentado, entre otras cosas por la diversidad de redes económicas que se pueden desarrollar. La importancia de las cadenas de suministros, el centro de gravedad económico en Asia y la inflación generalizada guardan una correlación que incita a la búsqueda de un cambio y acelera la reformulación en la naturaleza de las alianzas. Es en este contexto en el cual los países del Sur Global aumentan su cotización.
Éste aboga por proyectos más inclusivos, con nuevos liderazgos que rompan con las estructuras que precisamente han llevado a la situación actual. He aquí que el paso al frente de la India, cuya cubre del G20 ha servido de altavoz a máxima escala para presentar los credenciales del Sur Global. No obstante, los países que dan cuerpo al concepto de Sur Global corren el riesgo de ver cómo los BRICS le arrebatan la agenda, en pos de propulsar sus intereses geopolíticos liderados desde Pekín y Moscú. Aquí el papel de India será clave.
La sinergia entre Rusia y los países de Oriente Medio respecto a los precios del petróleo; la contradicción entre la industrialización de los países en vías de desarrollo y las políticas climáticas; el acercamiento entre Arabia Saudí e Irán impulsado por Pekín; una India incisiva y equidistante en su política exterior; una Turquía que trata con todos; una África que mira cada vez más a Oriente; y el binomio asimétrico sino-ruso. Todos estos hechos comparten un denominador común: Oriente acapara cada vez más. Esto se debe, entre otras cosas, por el apagón de Occidente en demasiadas dimensiones. Washington y Bruselas deben asumir que no son la única cosmovisión del mundo con capacidad de proyección. A partir de ahí, reformular su partitura y atraer con ella. En definitiva, el Sur Global posee el potencial demográfico, energético y económico para ser un marco capital de futuro. Todo ello justifica que cada vez cobre mayor resonancia cada elemento y actor vinculado a este espacio.