El futuro de la guerra. Victoria militar, derrota de Netanyahu
Oriente Medio ha sumado otra erupción más a la región con la guerra entre Hamás e Israel. Tras los días de tregua, las fuerzas israelíes prosiguen con su avance hacia el sur de Gaza, a pesar de los focos de resistencia que se han encontrado y que han causado decenas de bajas. La operación se vaticina larga, sin embargo, las incógnitas aumentan a medida que pasan las semanas y se cumplen fases de la operación militar. Después de la tregua y el intercambio de rehenes por prisioneros, el teatro bélico ha visto su ritmo incrementado al compás que marca Tel Aviv. A ojos del Gobierno israelí, la presión a través de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) será la llave para alcanzar los principales objetivos: el retorno de los rehenes y la deposición del aparato político y la destrucción del brazo armado de Hamás. Empero, a medida que se suceden los días surgen situaciones que multiplican la complejidad del escenario.
Las declaraciones posteriores a la tregua de diferentes dirigentes hebreos dejaban claro su rechazo abrir otros procesos de negociación, pero los recientes sucesos en torno a la muerte de rehenes israelíes por fuego de las propias IDF ha abierto una nueva ventana al diálogo; la tensión para la cúpula política israelí se ha incrementado rápidamente, a la que se le exige reformular la maquinaria de guerra aplicada en Gaza. Además, los actores externos más implicados han subido su presión para que cambie el planteamiento bélico israelí. Y es que tal coste de vidas civiles palestinas deja en evidencia a la élite global; la cifra de fallecidos en la Franja también refleja el notorio fracaso de la comunidad internacional – encabezada por Estados Unidos – para hacer prevalecer la vía política, especialmente sobre la dirigencia israelí. El último ejemplo ha sido el veto de Estados Unidos que ha paralizado la resolución de Naciones Unidas para un alto el fuego. En clave geopolítica, este episodio muestra al planeta la disfuncionalidad del orden internacional configurado desde Occidente y da argumentos a otros actores y entidades – como el Sur Global – para anhelar una alternativa al sistema vigente.
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Israel es consciente de que no puede volver al contexto previo al ataque del 7 de octubre. Dentro de todo lo que acapara la coyuntura de guerra hay que ver cómo está el espectro político israelí, con Netanyahu como la primera cuestión; sin infravalorar el impacto en su economía, la cual ha sufrido un golpe severo ante la militarización de la población. Por tanto, el escenario de guerra a medio plazo levanta demasiadas incógnitas en un país militarizado que encuentra su eje de estabilidad en su boyante economía. Tras los sucesos de los últimos meses, tanto la crisis político-social a causa del sistema judicial como la guerra suponen un desgaste de la administración política israelí, síntoma que suele preceder a un cambio en el perfil político. La situación actual, marcada por una élite política ultraconservadora, descarta cualquier forma de vía política para rebajar la tensión, una realidad que vaticina la continuidad del estado y economía de guerra en Israel que consume capital político más rápido de lo habitual. Dicho lo cual, a Benjamin Netanyahu se le ha dado por muerto (políticamente hablando) antes y hoy aún sigue como cabeza del Estado.
En cuanto al orbe palestino, no hay claridad en el órgano que pueda representar un proyecto político. El objetivo israelí es yugular tanto sus fuerzas militares como decapitar cualquier poder político, por lo que el futuro político palestino es tan incierto como complejo, ya que la impronta de Hamas en Palestina no desaparecerá por mucho que Israel tome Gaza. También hay que contar con la Autoridad Nacional Palestina (ANP), liderada por Al Fatah, que a pesar de contar con el reconocimiento de la comunidad internacional lleva años con un respaldo popular limitado por su decadencia ante los casos de corrupción y la gerontocracia predominante en su liderazgo.
Es así que nos encontramos antes un espectro político disfuncional ante las contradicciones internas y antítesis ideológicas vigentes en cada bando. Se trata de dos pueblos destinados a coexistir, pero cuyos organismos políticos no se reconocen (Hamás y el Gobierno de Israel), y cuyo actor con mayor identidad política – ANP – ha perdido peso reputación. Así es que, entre el extremismo ideológico de Hamás y el actual Gobierno israelí, sumado a la reputación de la ANP, la cuestión palestina lleve décadas perdiendo pulsaciones ante la falta de un cuerpo político capaz de reactivar el proyecto de los dos Estados.
En el teatro internacional, Washington es la única voz que puede incidir en Tel Aviv; mientras que el mundo árabe se ha distanciado de la causa palestina que aboga por la vía de los dos Estados configurada en los Acuerdos de Oslo, hoy tan lejana.
A la hora de plantear el futuro en Gaza, el tema que mayor resonancia acapara es su futuro político sin la administración de Hamás. Existen muchas incógnitas sobre qué órgano se hará con el control de una Franja destruida y necesitada de un proyecto económico, social y político capaz de revertir la crisis humanitaria que hoy padece. Se han escuchado varias opciones: desde mayor implicación de los países del Golfo, hasta que un único Gobierno unificado que dirija tanto la Franja como Cisjordania. Por ahora, no hay nada firme y no se han dado demasiados nombres a pesar de ser una cuestión estratégica primordial.
Los más de dos meses de conflicto en Gaza tampoco deben eclipsar los acontecimientos en Cisjordania. Tanto la reacción política de la mano de la ANP como el aspecto social, especialmente si se tiene en cuenta que en lo que va de 2023 ya se registra uno de los años con más muertes palestinas a manos de colonos israelíes. Los acontecimientos en Cisjordania son clave en la evolución de la causa palestina, ya que la ANP es el aparato político que materializa la limitada realidad del Estado palestino.
En estos términos hay que atender la respuesta social palestina en su conjunto hacia Hamás. Del mismo modo que está usando a los gazitíes de escudos humanos ante la operación israelí, también está consiguiendo la excarcelación de presos. De ahí que la reputación de Hamás dentro del orbe palestino sea difícil de medir.
El camino político y la atmósfera social que se desarrolle en Cisjordania marcará las pautas de la causa palestina en el futuro más próximo, por mucho que el escenario bélico se centre en Gaza. El epicentro político palestino fáctico está en Ramala. El elevado número de víctimas palestinas en este espacio llama la atención porque alcanza cifras muy superiores a años precedentes y a medida que avanza el ataque israelí en la Franja su correlación con Cisjordania puede suponer que este foco de tensión se torne en algo mayor. Tampoco se puede infravalorar que las consecuencias de un episodio bélico de tal magnitud sea caldo de cultivo para las generaciones jóvenes que han visto sus familias y hogares destruidos en una escala que en su psique es la base para en un futuro apoyar la violencia y el extremismo ideológico. Esta es una de las razones que hace de este conflicto un hecho intergeneracional prolongado durante 75 años.
El contexto palestino-israelí exige extirpar la parte emocional para poder fijar términos que generen el prólogo de un marco adecuado para iniciar las conversaciones a una vía alternativa a la guerra. Primero para rebajar la tensión y reducir el bombardeo israelí, para posteriormente encauzar una vía diplomática que permita a ambos bandos conseguir un mínimo de sus objetivos políticos. Viendo el extremismo del Gobierno israelí estas posibilidades se contemplan muy escasas; y en cuento a Hamás, su propia naturaleza la descarta para cualquier posible diálogo.
La negativa, hasta hace pocos días, de políticos israelíes a otra tregua, cerrando la posibilidad a la liberación de más rehenes, aseguraba la continuidad a los bombardeos israelíes sobre Gaza y al aumento sin filtro de ataques sobre civiles. Si la primera semana se extendió una empatía por las víctimas israelíes, tras 10 semanas de guerra el Estado judío ha perdido gran parte del apoyo mediático inicial. Este punto resulta clave, ya que Netanyahu podrá conseguir la victoria militar y salir derrotado en clave política.
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Los hechos acontecidos desde octubre apuntan ya no sólo a Hamás, también al Gobierno de Netanyahu. El momento en el cual se deje al pueblo israelí decidir su liderazgo político quedará constancia de la naturaleza de su Estado de derecho, así como sus prioridades en cuanto a la estabilidad nacional y el encaje de la cuestión palestina. La realidad es que la radicalidad del Ejecutivo actual únicamente tiene en su agenda política la represalia sobre Gaza y anular cualquier vía hacia un Estado palestino, mientras que el extremismo y las acciones terroristas de Hamás descartan cualquier presencia futura (al menos explícita) sobre la causa palestina. Ante lo mencionado, sumado a la crisis de reputación de la ANP, es imperativo buscar la renovación de los fueros políticos palestinos y dar la oportunidad de una renovación de su estructura. Un Mahmud Abbas limitado por su recorrido y su edad y unos líderes de Hamás que residen fuera de la Franja ponen de relieve la ineficiente forma de gestionar una vía política coherente para el pueblo palestino.
Dicho todo esto, no es sorprendente el nivel de ebullición que se está viviendo si se atiende a que los bandos implicados están liderados por extremos ideológicos. Una cuestión que debe hacer pensar en la concepción del conflicto, de su apoyo y su recorrido para reconfigurar los pasos hacia su futuro desde la vía política.
Victoria militar, derrota política
El conflicto palestino-israelí polariza al mundo. Es fácil caer en las emociones tras las imágenes vistas tras meses de barbarie, sin embargo, hay que ayudar a configurar un liderazgo acorde al contexto y a los límites que presenta la realidad de una guerra que dura más de siete décadas. La Historia no ensalza a los líderes que aplican políticas homogéneas, especialmente si implica el uso de medios militares como estrategia única para responder al terrorismo. Para combatir el terrorismo se exige un planteamiento poliédrico y de mayor profundidad que el uso exclusivo de las armas. A raíz de ello, el Gobierno liderado por Benjamin Netanyahu ha salido derrotado de este conflicto desde el momento en el que perdió el discurso. La cifra de civiles palestinos muertos, la creciente tensión en Cisjordania y el incumplimiento demostrado de las reglas de enfrentamiento por las IDF son argumentos de suficiente peso para imposibilitar la victoria total del primer ministro, por mucho éxito que Tel Aviv obtenga por la vía militar. La política dicta sentencia y Ejecutivo conservador israelí ha demostrado sus carencias con su visión política amparada únicamente en la operación militar. Basar la respuesta en la fuerza bélica asegura una guerra larga; un planteamiento cortoplacista que complica cualquier plan político consistente y con visión estratégica.
Ha sido un mantra de la Historia del Estado judío la preferencia por una posición de fuerza que perpetúe la guerra antes que ceder poder y dar la oportunidad a unas negociaciones que reduzcan el grado de tensión. Este planteamiento ha tenido razón de ser durante décadas, pero ha ido perdiendo argumento a medida que la disparidad de fuerzas ha alcanzado cotas superlativas y gran parte de las agrupaciones palestinas aceptaron abandonar la lucha armada.
Desde tal posición de fuerza, Israel tiene la capacidad o la responsabilidad (depende de la visión) para dar el primer paso a cambiar la dinámica, ya que tiene el margen de reacción fruto de su extenso poder. Por otro lado, el mundo palestino carece de cabezas visibles con la visión, la reputación y el respaldo para presentar un proyecto sostenible con capacidad de avance. La condena del mundo árabe muchas veces ha sido la falta de unidad, sumado al defecto prolongado a su negativa a entender la nomenclatura de las relaciones internacionales.
Netanyahu intenta vincular la victoria militar con su proyección política, pero la atmósfera se ha intoxicado a niveles difícilmente sostenibles a causa de las cifras de civiles palestinos muertos, la transgresión de las reglas de enfrentamiento de las IDF o, incluso, el fracaso a la hora de capturar o matar a líderes de Hamas. Así es que el equilibrio que el primer ministro israelí intenta conseguir entre la victoria militar y los objetivos estratégicos hoy parece inalcanzable. Por ello, un escenario en el cual Israel logre la victoria militar, pero pierda la guerra es uno muy probablemente, más aún si se personaliza en la figura de Benjamin Netanyahu. En el marco geopolítico, en cuanto a Israel como Estado, las consecuencias estratégicas en el marco internacional también significan un paso atrás si se tienen en cuenta los avances diplomáticos ya materializados con los Acuerdos de Abraham y el publicitado acercamiento con Arabia Saudí, que ahora está en riesgo en la misma medida que la estabilidad de Oriente Medio. Sólo hay que ver el impacto económico por los ataques desde Yemen que afectan a la circulación marítima por el mar Rojo para darse cuenta que este conflicto va más allá de dos pueblos.
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Está por ver la evolución en las relaciones entre la sociedad israelí y su Gobierno, ya que la masa social podría distanciarse del radicalismo conservador del Ejecutivo; Israel no es Netanyahu. A partir de ahí sería más factible un cambio de planteamiento que dé oportunidad al diálogo desde un marco estratégico. Israel debe elegir entre la vía de una guerra perpetua bajo una posición de fuerza o dar la oportunidad a las conversaciones para, cuanto menos, alcanzar una mínima estabilidad social, política y económica. La guerra es contra Hamás, no contra los palestinos. Asimismo, en pos de tal estabilidad, la élite mundial debe ayudar a crear una entidad palestina eficiente si se quieren sentar las bases, que no la paz; ahora mismo sumamente lejana. Ese camino está en otra dimensión a día de hoy.
En definitiva, si se quiere poner encima de la mesa un proyecto político que estabilice la región – y reanime la opción de los dos Estados como meta a largo plazo – la deposición de Hamás en Gaza parece tan necesaria como el fin del liderazgo de Netanyahu en Israel. Hoy, mientras se escriben estas líneas, se están reuniendo los correspondientes representantes para tratar un aspecto puntual como otra tregua. Sin embargo, siguen sin poner encima de la mesa un plan de futuro, demostrando así que no ven cercano el fin del conflicto.