Redes sociales, ¿«cámaras de eco» y sesgos de izquierdas?
Las redes sociales se han convertido en un campo de batalla virtual donde las diferentes ideologías luchan sin cuartel y las huestes de uno y otro bando se enzarzan en encarnizadas disputas dialécticas, mientras son alentados por unos “oficiales” políticos con miles de seguidores que se movilizan a golpe de tweet. Las distintas plataformas hacen las veces de teatros en los que se desarrolla la contienda ideológica, diferentes escenarios con unas características y reglas de enfrentamiento particulares. Sin embargo, de la misma forma que el terreno condiciona el combate en la vida real (material si se prefiere), estos espacios virtuales podrían esconder una ventaja estratégica para una facción en particular.
Actualmente una de las críticas más extendidas que se dirige contra el conjunto de las redes sociales, es su supuesta falta de imparcialidad y el sesgo contra puntos de vista propios de la derecha. A pesar de que este argumento es empleado indistintamente por uno y otro bando con el fin de señalar las tropelías que desde las plataformas se cometen contra “los suyos” a la hora de arbitrar la refriega e imponer las respectivas sanciones según el caso, lo cierto es que los sectores más a la diestra del espectro político dicen sufrir en mayor medida las consecuencias que lleva aparejadas dicho déficit de neutralidad.
A pesar de todo desde las plataformas insisten en que sus servicios no son parciales. Sin embargo, tampoco debemos ignorar que las personas que las manejan sí pueden serlo. Del mismo modo que el artesano graba, aun de forma inconsciente, una firma que hace reconocibles sus creaciones, los artífices de Twitter o Facebook han impreso su sello personal en los mundos virtuales que han creado.
El propio Jack Dorsey, CEO de Twitter admitió en una entrevista que, al igual que la mayoría de empresas de tecnología en Silicon Valley, contaban con muchos más empleados de izquierdas que de derechas. Tanto es así que el propio Dorsey llegó a reconocer en otra conversación que los empleados más próximos a este espectro político no se sentían seguros de expresar sus opiniones dentro de la compañía. Lejos de quitar hierro al asunto, Dorsey echó más leña al fuego de las sospecha al defender la importancia creciente que tenía para la compañía el aclarar hacia donde se inclinaba ese supuesto sesgo y sencillamente poder expresarlo. En sus propias palabras era preferible conocer las inclinaciones de alguien de antemano en lugar de intentar deducirlas a través de sus actos.
Si concedemos credibilidad a sus declaraciones, no sería descabellado pensar que las plataformas “favorecen” las publicaciones y a los usuarios más afines a su cuerda ideológica, neutralizando a su vez los puntos de vista contrarios a esa corriente en teoría dominante. Este debate sobre la propia esencia de las redes sociales se inició hará más de dos años y desde entonces, lejos de disiparse, ha ido cobrando fuerza entre cada vez más voces dentro y fuera de la red.
Los algoritmos que determinan los contenidos que serán mostrados a los usuarios constituyen la principal baza de las grandes compañías a la hora de generar confianza entre los más escépticos y despejar dudas en torno a ese supuesto sesgo ideológico del que las acusan con cada vez más vehemencia. No obstante, los algoritmos que rigen los reinos de Twitteria, Yöutubeheim o Facebookpía no se escriben solos, por el momento lo hacen manos y mentes humanas, lo que implica que existe esa probabilidad de que dichas personas presenten los mismos sesgos contra los que supuestamente combaten.
Todo lo anterior podría llevar, como de hecho así ha sido, a cuestionar la fiabilidad de los productos que ofrecen estas empresas, de quienes dictan sus reglas y en última instancia de aquellos que las administran. Apenas hay que rascar para dar con los testimonios de usuarios, de una u otra corriente, descontentos por el bloqueo “injustificado” de sus cuentas, la disminución “intencionada” de su número de seguidores, la eliminación “improcedente” de sus publicaciones, y un largo etcétera de denuncias similares que suelen tener una serie de rasgos en común.
La mayoría de los afectados se quejan de que los criterios que se les han aplicado a sus casos particulares, lo han sido atendiendo a razones ideológicas y que en supuestos similares protagonizados por usuarios de ideología contraria las consecuencias no han sido las mismas y la plataforma en cuestión ha mirado hacia otra parte.
Como suele ocurrir en estos casos, el ejemplo estadounidense es ilustrativo y suele anticipar la tendencia que poco después vendrá a reproducirse en el resto de países y sociedades que comparten ciertas características. A pesar de los esfuerzos por parte de las compañías por parecer imparciales, negando la utilización de ideología política en sus procesos de toma de decisiones, tanto en relación con la clasificación de sus contenidos como con la forma en la que hacen cumplir sus normas, lo cierto es que las conclusiones a las que se ha llegado a la vista de encuestas y estudios recientes hacen que resulte complicado tomar en serio las afirmaciones de neutralidad que esgrimen desde las distintas plataformas.
En esta línea, aproximadamente el 72% de los estadounidenses comparte la creencia de que las empresas de redes sociales censuran las opiniones que “no les agradan” y de que existe una probabilidad cuatro veces mayor de que estas empresas favorezcan a determinados usuarios en función de su afinidad ideológica. Esta supuesta “censura” de usuarios políticamente activos en twitter tampoco constituye una novedad en nuestro país y las bajas en uno y otro bando, en forma de suspensiones temporales o permanentes, se suceden día tras día.
Retomando el ejemplo norteamericano, la conclusión a la que han llegado distintos investigadores es que la proporción de usuarios suspendidos se inclina notablemente hacia espectro conservador. Entre 2005-2016, de las 22 suspensiones analizadas en base a unos mismos criterios (publicitadas en noticias, identidades públicas, personalidades conocidas, activismo político, hechos acaecidos, etc.), 21 habían manifestado su apoyo al hoy presidente Trump y solamente 1 de las cuentas suspendidas era partidaria de Clinton.
Esto podría significar que los partidarios de una corriente son más propensos infringir las normas en redes sociales que los del espectro contrario. Es una posibilidad. Sin embargo, no resulta demasiado creíble que esta desproporción sea cuatro veces superior en un caso respecto al otro.
La lucha contra el acoso en redes debe seguir siendo una prioridad y muy especialmente en este tipo de plataformas. Sin embargo, que estos propósitos sean encomiables no debería servir para amparar en ningún caso la persecución ideológica, sea cual sea el espectro que se pretenda censurar en última instancia. Por supuesto nos referimos a planteamientos dentro de la legalidad y los derechos humanos, aun cuando puedan resultar “molestos” para la contraparte.
A nadie se le debería ocurrir plantear si quiera que un taller o un restaurante (desgraciadamente esto último lo hemos visto no hace tanto) deban o estén en posición de negarle sus servicios a aquellos que se encuentran a un lado u otro del espectro político. ¿Son las redes sociales una excepción?
De ser así vendría a confirmarse otra de las principales acusaciones que esgrimen los usuarios. En este caso estaría relacionada con la mayor visibilidad de noticias o personalidades de izquierdas que de derechas en los feed´s de las distintas plataformas. Una vez más las plataformas han negado dichas acusaciones. En el caso de Facebook, un exempleado denunció que desde la compañía evitaban la aparición de determinadas publicaciones relacionadas con la derecha, ofreciendo mayor difusión a otros contenidos que ni si quiera eran tendencia.
A igual que sucedía en el caso de Twitter, pero esta vez entre los usuarios de Facebook de Reino Unido, la percepción mayoritaria es que existe un considerable sesgo político que otorga mayor visibilidad al contenido relacionado con fuentes de izquierdas. De ahí que para muchos, estas plataformas se hayan convertido en “cámaras de eco” (eco-chambers) de la izquierda.
Teniendo en cuenta la naturaleza humana y su tendencia a formar grupos, a nadie le extrañará que suceda lo mismo en el mundo virtual y que las redes sociales ofrezcan esa retroalimentación con fuentes de izquierda a aquellas personas más próximas a esta ideología (40% de contenido de izquierdas frente a un 7% de contenido de derechas) y viceversa. Lo que verdaderamente sorprende es que esta tendencia también se aprecia en los usuarios de derechas, que reciben un mayor porcentaje de contenido de izquierdas (con un 24% y 11% respectivamente).
Para muchos lo anterior bastaría a la hora de demonizar las redes sociales y culparlas de la mayoría de problemas asociados a esa polarización radical que encontramos cuando nos asomamos a ellas. Sin embargo, lo fundamental en estos casos no es tanto lo que las personas ven en sus muros o el timeline de sus diferentes redes sociales, sino aquello en lo que finalmente creen y su capacidad para discriminar entre el torrente desproporcionado de información al que están sometidos.