Inteligencia advirtió sobre el colapso de Afganistán
Mientras continúa la dramática evacuación en el aeropuerto de Kabul, la caza de brujas a la hora de establecer quienes han sido los responsables del caos que se está viviendo en Afganistán no se ha hecho esperar. La perplejidad de muchos de los que se preguntan cómo no ha sido posible anticipar los resultados de la retirada y la vertiginosa capitulación de Afganistán ante los talibanes, ha pintado una diana en el seno de la Comunidad de Inteligencia estadounidense.
Achacar ese supuesto error de cálculo a la inteligencia norteamericana proporciona un conveniente chivo expiatorio que cuanto menos mitigaría las consecuencias de una decisión política, condicionada por una larga lista de consideraciones ideológicas, que de otra forma parece difícilmente justificable ante los ojos de la opinión pública.
Lo cierto es que la decisión adoptada por el expresidente Trump, ratificada por su sucesor, en lo que respecta a la retirada inminente e inmediata de las fuerzas estadounidenses con toda probabilidad fue tomada a pesar de las advertencias que auguraban los resultados que estamos presenciando. En este sentido, hay quienes achacan a sendos presidentes norteamericanos el haberse convertido en esclavos de la misma consigna política que ambos adoptaron: “acabar con las guerras para siempre”.
En función de las múltiples alternativas políticas entre las cuales el presidente podría escoger, la inteligencia de EE.UU habría evaluado todos los escenarios posibles en lo que respecta a la suerte que le depararía a Afganistán cada una de esas opciones. Dichas proyecciones estarían alineadas con una serie de alternativas, entre las que se incluiría la posibilidad de que las fuerzas afganas capitulasen en unos pocos días, tal y como efectivamente ha sucedido.
El propio Biden lo reconocía al declarar públicamente: “Siempre le prometí al pueblo estadounidense que sería sincero. La verdad es que esto se ha desarrollado más rápido de lo que habíamos anticipado«. Sin embargo, dicha afirmación no dejaría de ser un tanto engañosa en la medida en que la inteligencia estadounidense lo habría contemplado entre los posibles escenarios.
A principios de 2018, quedaba clara la intención de Trump de abandonar Afganistán, con independencia de las alarmantes consecuencias que proyectaba la Comunidad de Inteligencia norteamericana. El entonces secretario de Estado Mike Pompeo fue el principal arquitecto del compromiso de EE.UU para entablar conversaciones con los talibanes, lo que finalmente culminaría con el cuestionable acuerdo de retirada de febrero de 2020. Algunas voces críticas advirtieron que dicha estrategia obedecía principalmente a un intento de que el expresidente superase con éxito el próximo periodo electoral. Sin embargo, Pompeo defendió el plan a pesar de las advertencias de que los dos objetivos clave planteados, asegurar el compromiso de los talibanes de romper con Al-Qaida y buscar una solución pacífica al conflicto, tenían escasa probabilidad de ser llevados a término.
Paralelamente, Biden también había manifestado un firme compromiso político por salir de Afganistán de modo que apoyar el acuerdo de retirada de Trump no constituyó una sorpresa para nadie. Funcionó bien de cara a la opinión pública y en caso de que se produjeran consecuencias imprevistas o indeseadas, el peso de las mismas recaería en gran medida sobre la administración anterior.
Sin embargo, la ingenuidad tiene un alto precio en materia de seguridad. La confianza depositada por los asesores de Biden en que los intereses de los talibanes pasaban por adherirse a los puntos principales del acuerdo fue una apuesta arriesgada. Probablemente consideraron que esto garantizaría la retirada de EE.UU y abriría la puerta a un compromiso más constructivo en el futuro, en caso de que los talibanes llegaran al poder.
Pero tal y como se ha venido advirtiendo, los talibanes de 2021 no son los mismos que su encarnación de 2001. Desde entonces han aprendido mucho sobre la utilidad de las relaciones públicas y han maximizado su acceso a los medios de comunicación de occidente (incluyendo las redes sociales).
Tristemente la realidad ha demostrado que el control de los talibanes sobre el país se basa principalmente en el aislamiento del resto del mundo, no en la integración, de modo que el reconocimiento internacional, el acceso financiero global y la ayuda exterior no iban a erigirse en factores determinadas a la hora de influir en el modo de gobierno talibán en caso de regresar al poder.
También se advirtió sobre la posibilidad la larga lista de políticos, caudillos y líderes militares afganos repartidos por todo el país, que hasta ahora se venían beneficiando del dinero y el poder que llevaba aparejados la presencia estadounidense, probablemente se replantearían su situación en caso de que finalmente se llevara a cabo la retirada por parte de EE.UU.
La inteligencia es cuanto menos una ciencia imprecisa, teniendo en cuenta la probabilidad de que cambien las condiciones y los factores sobre los cuales se ha realizado cualquier análisis. Cualquier variación puede influir considerablemente en los escenarios planteados y los niveles de confianza que llevan aparejados.
Entre los escenarios para una retirada ordenada probablemente se contemplaron todas las posibilidades: desde que EE.UU mantuviera aproximadamente 5.000 efectivos y la mayoría de las bases operativas, hasta una presencia mínima de 2.500 efectivos y solamente las instalaciones esenciales en Kabul y otros puntos estratégicos.
La primera opción probablemente habría retrasado el colapso de Afganistán hasta dos años y todavía proporcionaría un cierto balón de oxígeno contra el terrorismo en la región. El otro extremo, en su versión reducida, ofrecería a EE.UU mayor flexibilidad a la hora de aumentar o disminuir su presencia en caso de que las circunstancias degenerasen.
Pero las consecuencias de no contar con ninguna presencia militar y de inteligencia de EE. UU, a excepción de la Embajada en Kabul, enfrentada a una ofensiva militar y propagandística de los talibanes, inclinaba peligrosamente a balanza hacia la disolución en pocos días de un gobierno solo e internamente debilitado. Y efectivamente así se produjo.
Mientras los elementos militares y de inteligencia norteamericanos hacían las maletas, los talibanes ya habían empezado a movilizarse. En este punto es muy probable que también se unieran a la causa miembros de Al Qaeda. Además, aún cuando fueron derrocados, los talibanes lograron mantener un nexo de comunicación encubierto con líderes locales y autoridades gubernamentales, en muchos casos a través de lazos familiares o entre clanes.
La posición talibán era difícilmente mejorable, pero todo tiene un coste. Ahora tocaba persuadir a combatientes y funcionarios de la administración para que entregaran las armas o abandonaran sus puestos, retribuir a sus propios combatientes con unas filas en pleno crecimiento, hacerse cargo de las familias de los fallecidos y heridos (uno de los principales gastos entre este tipo de grupos y entre las organizaciones terroristas).
La financiación del grupo es una cuestión compleja y sus ingresos provienen mayoritariamente de impuestos sobre la población local, tráfico de estupefacientes, donaciones extranjeras, principalmente procedentes de países del Golfo, bienes raíces (también localizados en el extranjero), la extorsión de empresas, etc.
Finalmente el impulso que necesitaban para asegurar la cooperación de sus adversarios fue potenciado por una robusta maquinaria de propaganda que logró una cobertura positiva y masiva desde los primeros compases de su ofensiva al mostrar su conquista como un hecho inevitable.
En este sentido, difícilmente se podría hablar de un fallo de la inteligencia estadounidense que efectivamente habría alertado a sendas administraciones presidenciales acerca de cómo se desarrollarían los acontecimientos. Sin embargo, las características que hasta ahora han definido y condicionado el desempeño de la inteligencia probablemente favorecerán el silencio y la ausencia de defensa pública por parte de sus responsables. Otra cuestión diferente es si ha llegado el momento de evolucionar hacia algo diferente.