Corea del Norte resucita a Kim Jong Un y presume de “inmunidad” frente al COVID-19
El país de los rumores vuelve a estar en el foco incluso en tiempos de pandemia. Kim Jong Un ha muerto y resucitado incontables veces durante estos últimos días. Paralelamente las autoridades de Corea del Norte continúan pregonando el perfecto estado de salud del líder supremo y del país en su conjunto a la vista de que no se habría dado ningún caso de infección por coronavirus entre la población. Mientras, los rumores en torno a la muerte del líder norcoreano han dado la vuelta al mundo.
Estas noticias han generado una vorágine de especulaciones y teorías que se extienden sin control por los medios y las redes sociales alimentando el torrente de desinformación que gira permanentemente en alrededor de este hermético país. En el extremo contrario, esto tampoco implica que debamos dar por hecho que Kim Jong Un goza de una excelente salud, siendo cuanto menos curioso que la conmemoración del cumpleaños de su abuelo, Kim Il Sung, en el Palacio Kumsusan se haya celebrado sin contar con su presencia. Por su puesto que es lícito especular sobre la supuesta muerte o el estado de salud del líder norcoreano, pero no deja de ser engañoso afirmarlo sin ningún género de dudas cuando no existe una evidencia sólida que lo avale por el momento.
Todos sabemos que el clickbait y el volumen de tráfico en la red genera importantes ingresos a nivel publicitario, de modo que la exigencia de una información precisa pierde, más veces de lo deseable, el pulso frente a las ganancias. Esto se traduce en una proliferación de la desinformación, que tal y como estamos comprobando se vuelve cada vez mayor y frecuente en el mundo digital. Las ventajas que puede proporcionar esa desinformación no constituyen una novedad pero han evolucionado enormemente hasta nuestros días.
En la década de los ochenta Rusia invertía más de 3.000 millones de dólares en campañas de influencia. Hoy el acceso a internet está considerablemente extendido, con aproximadamente 2.900 millones de usuarios que cuentan con perfil en redes sociales. Todo esto magnifica las consecuencias que puede tener la información que se difunde. Para hacernos una idea, cuando se publicó el artículo donde se anunciaba la supuesta muerte de Kim Jong Un durante una operación cardíaca que habría salido mal, solamente en Facebook se contabilizaron más de 4 millones de interacciones y en Twitter, el hashtag #Kimjongundead se convirtió en tendencia.
En cuanto a la supuesta inexistencia de contagios por coronavirus en Corea del Norte, resulta difícil demostrar la falsedad o veracidad de las informaciones que conocemos, incluso las procedentes de fuentes oficiales. Después de todo Corea del Norte continúa siendo a día de hoy uno de los países más opacos y con mayor índice de secretismo en lo que a transparencia se refiere.
Por lo que conocemos, el 22 de enero cerraron oficialmente sus fronteras con China, exactamente un día antes de que Wuhan fuera aislado, y una semana antes de que EE.UU y Australia decretasen que no admitirían en sus territorios visitantes procedentes de China. Los amantes de las conspiraciones sin duda apuntarán a que en Pyongyang contaban con más información acerca del virus, desconocida por el resto de países, pero que lo está claro es el mensaje que desde Corea del Norte quieren enviar al resto del mundo: «nuestras medidas funcionan». Esto podría no resultar muy extraño teniendo en cuenta que se trata de un país acostumbrado al confinamiento en prácticamente todos los sentidos y lo que constituye una novedad para nosotros es el día a día para muchos norcoreanos.
Sin embargo, incluso con una respuesta temprana efectiva, teniendo en cuenta la proximidad geográfica con el que en su momento fue epicentro exportador de la enfermedad y la tasa de propagación que hemos sufrido en carne propia, la mera probabilidad apunta a que Corea del Norte debe haber tenido positivos por coronavirus entre sus ciudadanos. A pesar de haberse anticipado a otros países en el cierre de sus fronteras, China no deja de ser el principal foco de turismo hacia Corea del Norte y sería extraño que esto no hubiera devenido en la consecuencia más lógica. Contagios importados.
Dentro de las herméticas fronteras norcoreanas los desplazamientos se han limitado y aquellos extranjeros que todavía permanecían en el país o los nacionales que regresaban de viajes internacionales se han visto sometidos a estrictas cuarentenas. Entre las medidas adoptadas por el país encontramos: cierre de lugares públicos, uso de mascarillas, jóvenes y ancianos confinados en los hogares, cierre de escuelas y comercios. Otros aspectos por el contrario continúan siendo un enigma. No existe evidencia de que se hayan decretado medidas de distanciamiento social, test masivos o rastreo de contagios.
Lo anterior no excluye la posibilidad de que tuvieran conocimiento de la velocidad a la que se propagaba el virus en territorio chino y en consecuencia decidieran actuar preventivamente. En esta línea los expertos están de acuerdo en que la respuesta norcoreana parece haber sido más firme y coordinada que en ocasiones anteriores, como sucedió con el SARS o el Ébola. Muy probablemente el contar en primera persona con un conocimiento profundo de cómo funciona un régimen autoritario, pudo resultarles sencillo predecir la envergadura de lo que realmente se avecinaba.
El país lleva enfrentándose a serios problemas sanitarios desde mucho antes de que surgiera el COVID-19, y su sistema de salud lleva mucho tiempo descuidado nacional e internacionalmente. Hablamos de un porcentaje mayoritario de hospitales antiguos y en mal estado, con equipos desfasados y escasez de medicamentos o desinfectantes básicos. Se da el caso de instalaciones sanitarias que literalmente están hasta cincuenta años por detrás de los estándares occidentales y que ni tan si quiera cuentan con agua corriente, teniendo que recurrir a generadores de combustión para contar con electricidad. Con una infraestructura tan frágil a la que hay que sumar una falta considerable de fondos, no es de extrañar que la mortalidad materna y la desnutrición infantil sean problemas recurrentes junto a otras enfermedades infecciosas (solamente en 2017 la tuberculosis infecto a más de 130.000 personas y acabó con la vida de 16.000 según las estimaciones de la OMS).
La ayuda internacional difícilmente prestará atención al norte de la península coreana teniendo en cuenta las sanciones y las complicadas relaciones que Corea del Norte mantiene con el resto del mundo. A pesar de todo parece haber señales de ayuda exterior por parte de Rusia y China, que habrían enviado cargamentos de test para la detección del virus o de UNICEF que habría confirmado el envío de EPI (Equipos de Protección Individual).
Ateniéndonos a lo que sabemos, probablemente nunca conozcamos con certeza las cifras de norcoreanos afectados o fallecidos durante esta pandemia. Lo que es seguro es que en caso de que se hayan producido brotes en el país, la población será extremadamente vulnerable a sus efectos.
De su líder lo único que sabemos es que siempre podría resucitar.