Arabia Saudí, el espejismo del poder
Arabia Saudí lleva años acaparando la atención. Mucha de esta resonancia la atrae su líder de facto y príncipe heredero, Mohamed bin Salman (MbS) – hijo del rey Salman Ibn Abdulaziz –, quien acopia a sus espaldas varios episodios convulsos a pesar de su corta carrera política. La monarquía saudí ha destacado desde su aparición por sus mayúsculos recursos de crudo, fuente de su capacidad económica. Sin embargo, más allá de sus vastos recursos naturales y una alianza sellada con Estados Unidos en 1945, el país árabe ha destacado por su poder gerontocrático, su distinguido islamismo wahabí y un marco socio-político de tinte feudal. Hoy parece que está en plena transición en diversos aspectos tanto sociales como económicos, pero bajo la dirección de un perfil como el MbS es complejo medir la profundidad y la intención de un aperturismo tan lento como sesgado.
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Arabia Saudí ha tenido tres ejes de poder históricos: la familia Saud, el clero wahabí y el petróleo. Estos tres factores han sido la base de una nación sin un bagaje histórico como otras naciones en Oriente Medio, pero con el paso de las décadas ha ganado su espacio en la esfera internacional. Es la primera fuerza del Golfo, de ahí que lidere el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG); es guardián de los Santos Lugares del islam (La Meca y Medina), lo que le dota de un papel específico en el mundo musulmán sunní; y desde la llegada al poder de Mohamed bin Salman ha apostado por usar todos sus medios para ampliar los espacios de incidencia, acompañado de un discurso que proclama cambios en ciertos aspectos arcaicos del Estado. A pesar de las polémicas que han rodeado a la figura del joven líder, Arabia Saudí está presente en diversidad de agendas multilaterales, las más recientes formando parte de los BRICS y de la Organización de Cooperación de Shanghai. La capacidad económica del país ha sido y es el principal recurso que emplea para minimizar carencias estructurales, y motor del cambio de paradigma que pretende Mohamed bin Salman. La esfera religiosa también es otro pilar a analizar, ya que el líder está centralizando el poder en torno a su figura y a un círculo muy cerrado, lo que abre la cuestión sobre el futuro papel del clero wahabí, un polo de influencia capital en la historia de Arabia Saudí.
Figura de Mohamed bin Salman
El meteórico ascenso de MbS entre 2015 y 2017 supuso una ruptura con las estructuras del Reino. La aparición del joven príncipe ha propiciado un cambio en la proyección internacional y pasos hacia la modernización de la sociedad. No obstante, la polémica surgió conforme el príncipe heredero se perfilaba a alcanzar sus metas. La represión alcanzó grados sin precedentes con tramas sonadas como el del periodista saudí Jamal Khasohoggi, o sus maniobras políticas para conseguir que el país subiera su estatus en el tablero internacional, como la guerra en Yemen o el bloqueo de Qatar. Hechos que demostraron ser grandes errores de cálculo. En los últimos tiempos parece haber adoptado un perfil menos ruidoso en el plano internacional. Desde sus primeros años como la nueva cara saudí presentó un discurso que subrayaba la necesidad de abrir el país económica y socialmente, pero que en paralelo mostraban decisiones radicales al más alto nivel. No obstante, una línea política que no ha variado desde el comienzo es su plan por diversificar la economía del Reino, eje central de su proyecto, consciente de la debilidad estratégica por depender exclusivamente de los ingresos por la venta de hidrocarburos.
En esta línea, existen varias empresas del país que son colosos de su sector. Aramco es la principal compañía estatal saudí, la empresa con mayor valor del mundo es la joya de la carona de la monarquía. De hecho, fue noticia en su día por el plan de MbS de sacarla a bolsa. Además de ésta, cabe destacar SABIC, fabricante de productos químicos, fertilizantes, plásticos y metales, que es otro gigante empresarial del país. También citar el sector bancario, con especial apunte en SABB (banco anglo-saudí) y Al Rajhi Bank (banco saudí y el banco islámico más grande del mundo). Otro aspecto en materia económica es la importancia que le ha otorgado el líder saudí a los fondos de inversión saudíes para fortalecer la economía del país, y que le ha servido a Mohamed bin Salman para rodearse de la élite global. El proyecto Visión 2030 es la idea definitiva de MbS en la cual convergen todos los programas que aspiran a propulsar económicamente a Arabia Saudí.
Como persona de su generación, Mohamed bin Salman entiende la imperativa necesidad de su país por adaptarse a las tendencias del siglo XXI, especialmente en el aspecto económico y, parcialmente, en el marco social. Sin embargo, MbS pretende un cambio desde arriba. Sin dar opción a su sociedad para aportar en tales cambios. Un despotismo ilustrado en versión wahabí que no duda en usar la represión ante cualquier atisbo de crítica, de ahí la contradicción para un líder que proclama la apertura sesgada de su país.
En esta línea, el príncipe heredero es conocedor de la juventud de la población saudí, con una media de edad de 29 años, que condiciona los tiempos y el formato para adoctrinar en su visión y preparar a la sociedad a su futuro reinado.
Papel de Arabia Saudí en la guerra Hamás-Israel
Una de las razones que llevó a Hamás a perpetrar el ataque del pasado 7 de octubre era paralizar cualquier posibilidad de proclamación oficial entre Israel y Arabia Saudí. El reconocimiento de Riad del Estado hebreo supondría un golpe de efecto en el orden de fuerzas de Oriente Medio, de ahí que el grupo islamista palestino decidiera atacar Israel en un momento que las conversaciones estaban tomando cuerpo. Conscientes de la erupción que causaría su acción terrorista, obligarían al orbe árabe a posicionarse y, entre ellos, a Arabia Saudí, paralizando a corto y medio plazo cualquier posibilidad de anuncio oficial entre Tel Aviv y Riad.
En primera instancia, Hamás representa una amenaza para la monarquía saudí, ya que distan de manera antagónica en el formato de poder: uno monárquico y otro allegado a los Hermanos Musulmanes. No obstante, también está el aspecto geopolítico: Arabia Saudí ofrece a Israel una posición que nadie más puede, ya que Riad tiene una repercusión en el mundo árabe-musulmán como potencia regional; sin tampoco infravalorar el músculo económico. Estas características permitirían a Israel sacar grandes réditos en múltiples esferas. En tal orden de cosas, esta coyuntura hace que la monarquía del Golfo esté en la mejor posición para defender la vía política de la causa palestina. Ahí entrarán a colación los intereses y las capacidades de Mohamed bin Salman. El cambio generacional en el Reino del Desierto abre cierta oportunidad de alterar el paradigma hacia Israel, presentando un proyecto que venda los beneficios de reconocer al Estado hebreo al mismo tiempo que defiende la vía política palestina.
Por el lado saudí, el país árabe daría un salto cualitativo añadiendo a una potencia tecnológica como aliado, que puede ayudar a subsanar deficiencias estructurales del país en materia alimentaria e hídrica, sin descartar la posibilidad de potenciar la industria armamentística. A fin de cuentas, Arabia Saudí e Israel comparten aliados (Estados Unidos) y rivales (Irán), un hecho que también explica que sus relaciones hayan existido desde hace tiempo entre bastidores.
El Reino del Desierto ha tenido monarcas con cierta relevancia en la defensa de la causa palestina, a pesar de que en ningún momento ambos países han entrado en guerra. Mucho tiene que ver que ambos hayan tenido como máximo aliado a Estados Unidos. Por ello, cualquier posicionamiento saudí hacia los palestinos ha sido siempre algo más centrado en la narrativa y, sobre todo, en el apartado económico. Asimismo, a una escala mayor, si llegara el día en el cual Arabia Saudí reconociera al Estado israelí, Oriente Medio confirmaría a Estados Unidos como primer poder al ser el eje entre dos potencias regionales.
Relación con potencias globales y su posición internacional
La relación de Riad y Washington no ha pasado por su mejor momento bajo la Administración Biden, sin embargo, los líderes de ambos países son consciente de la magnitud de su vínculo. El volumen comercial (el mercado armamentístico, especialmente) o el calibre geopolítico de su alianza van más allá de la afinidad de sus dirigentes. Dicho esto, Mohamed bin Salman ha dado pasos hacia el Este, dejando ver a la Casa Blanca que dispone de alternativas.
Estas alternativas apuntan a China. La maniobra diplomática que acabó con el acercamiento entre Riad y Teherán el pasado marzo fue liderada por Pekín, dando muestras de su peso en la región. Este acontecimiento también sirvió a Arabia Saudí para demostrar sus fluidas relaciones con China en un mensaje implícito a Washington, y que prueba que la agenda saudí va más allá de su alianza con Occidente. De hecho, sólo hay que atender a los números comerciales para comprender la amplitud del vínculo entre Pekín y Riad. La República Popular es el mayor socio comercial de Arabia Saudí, tanto en exportaciones (18.000 millones de SAR, 17,5% del total) como en importaciones (11.300 millones de SAR, el 19,5% del total), un hecho que escenifica la amplitud de sus ambiciones en política exterior.
En cuanto a Rusia, Arabia Saudí tiene un vínculo muy definido con Moscú: el precio del crudo. Se trata de dos de los principales exportadores de petróleo del mundo, por lo que sus intereses convergen a gran escala, dado que ambas economías dependen de la venta de sus recursos naturales. Tal convergencia estratégica se ha hecho notar en sus decisiones dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+) a la hora de condicionar los precios, hasta el punto de propiciar episodios de tensión entre Washington y Riad por contraposición de intereses, tanto económicos como geopolíticos.
Además de sus relaciones con potencias globales, hay que señalar la entrada de Arabia Saudí en el grupo de los BRICS y de su condición como “socio de diálogo” en la Organización para la Cooperación de Shanghai. Estas maniobras inciden en la idea de Arabia Saudí de mostrarse como un actor más relevante en la arena internacional, así como demostrar que su posición como aliado de Estados Unidos no le limita para ampliar su radio de acción.
En cuanto a la Unión Europea, la nación árabe apunta a su mercado y a sus posibilidades financieras. La inversión saudí ha sido motivo de resonancia mediática, especialmente en la implicación financiera en diferentes deportes (futbol, golf, tenis, fórmula 1…). Una maniobra que cumple con una función primordial para las ambiciones de la realeza saudí a la hora de situar el foco en su nación. La diversificación es la piedra angular del proyecto de MbS para hacer más sostenible y sólida la economía del país, de ahí que haya fomentado la inversión en un amplio abanico de sectores en Occidente. No obstante, en el caso europeo, es más relevante atender al tipo de inversión que a la cantidad. Fuera de la esfera deportiva, el pasado año tenemos el ejemplo cercano en España con la compra del 9,9% de Telefónica. Además, hay que añadir el mediatizado viaje espacial, así como el sector de las telecomunicaciones, el inmobiliario y, por supuesto, el tecnológico para el desarrollo de energías renovables.
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Arabia Saudí compra. En un mundo sin liquidez el país de la península arábiga encuentra múltiples oportunidades para hacerse notar. Sin embargo, la reputación y la imagen no son algo que se pueda comprar de manera definitiva. Arabia Saudí va a tener que enfrentar la realidad de su economía homogénea y el reto de contentar a una sociedad joven que aspira a ser parte de las dinámicas propias de este siglo. Mohamed bin Salman quiere cambiar al país desde arriba, pero no acepta críticas, y la ausencia de libertad de expresión es una foco de presión constante y fácilmente eruptivo en la era digital; además de una fuente de críticas desde de la comunidad internacional.
La capacidad económica permite comprar, pero para construir y solidificar el poder se necesitan mimbres más sólidos. Una idea con capacidad de evolucionar a los tiempos y sucesos, que converja entre el liderazgo, la sociedad y los distintos poderes internos. La personalización del poder al que se dirige Arabia Saudí dificulta este proceso, ya que la figura de MbS condiciona toda proyección y dota de una estabilidad delicada al Estado.
El foco está hoy en Gaza, algo que competen en muchos aspectos a Riad. Una alianza oficial entre Israel y Arabia Saudí uniría a una potencia tecnológica con un país con suma capacidad de inversión. Un binomio que potenciaría a ambos y cambiaría las dinámicas de poder en la región, pero el ataque de ataque de Hamás a paralizado el proceso y Estados Unidos entra en año electoral. La dirigencia saudí es de los pocos actores con argumentos para incentivar la vía política en la causa palestina y conseguir concesiones ante Israel.
La escalada de tensión regional que se percibe estos días va más allá de Gaza. Los sucesos en Yemen, en el Kurdistán iraquí o Pakistán, responden a la correlación entre conflictos, amén de la multiplicidad de intereses solapados tan propia de Oriente Medio. Arabia Saudí es un actor clave por su posición geográfica y su influencia dentro del islam sunní. El papel que pueda desarrollar está marcado por sus relaciones con potencias mayores y su orden de fuerzas dentro de la región. Es la fuerza preponderante del Golfo, y aspira a consolidarse como una potencia en Oriente Medio, sin embargo, para confirmar tal ambición debe percutir en unas carencias estratégicas extremadamente complejas de reducir, tanto en el aspecto económico como socio-político o alimenticio. A partir de ahí, la figura de MbS resultará clave para medir la reputación, la proyección y las capacidades del país, especialmente si aspira a alcanzar tales ambiciones y confirmar al Reino del Desierto como un polo de poder en el panteón internacional.