Azerbaiyán y el negocio de la geografía
La política de Azerbaiyán es opaca. De nombre poco pronunciado y de ubicación confusa, esta república pasa más desapercibida de lo que su relevancia geopolítica merece. Sólo se necesita un paseo por su capital, Bakú, para percibir que la nación tiene una base económica definida, dirigida, en gran medida, con la intención de aumentar su fuerza regional en el Cáucaso y, especialmente, ganar la contienda que mantiene con su vecina Armenia por al territorio de Nagorno-Karabaj.
A pesar de ser una república, el poder en el país lo encarna un apellido: la familia Aliyev. Azerbaiyán es nominalmente un sistema presidencialista, pero ha heredado tendencias soviéticas, como el poder personalista o el culto a figuras históricas. En el caso azerbaiyano, el padre del actual presidente, Heydar Aliyev, responsable de dirigir la infancia del país durante los años 90 y principios de siglo XXI, hoy representa una figura icónica y honoraría cuya foto se extiende por toda la nación.
Su hijo, Ilhan Aliyev, le sucedió en el poder a partir de 2003 – no sin polémica – y ha explotado el culto a la figura de su progenitor para afianzar su posición. Para lograrlo, ha recurrido de forma creciente al apoyo de su preponderante familia política, los Pashayev, que dirigen empresas con gran peso estratégico en el país; además, el nombramiento de la esposa del presidente como primera vicepresidenta es un gesto cargado de significado. Asimismo, el Gobierno azerbaiyano ha articulado un nacionalismo que bascula entre el legado soviético, la identidad túrquica y islamismo chií; además de apuntar de manera recurrente a la cuestión de Nagorno-Karabaj para justificar cada contratiempo. Además, la base económica proporcionada por los hidrocarburos ha dotado al país de una estabilidad nacional que facilita contener las reclamaciones de apertura democrática y transparencia institucional. Ha habido protestas en la última década, pero el Ejecutivo ha contenido con arrestos y cierta bonanza económica cualquier movimiento que pusiera suponer una amenaza al entramado político vigente. La modernidad y crecimiento palpable del país ha sido la mejora panacea para minimizar las manifestaciones de descontento y demandas de apertura.
Economía
La economía del país se basa en los ingresos derivados de los hidrocarburos, una línea comercial que ha mantenido el sistema económico azerbaiyano durante décadas y ha permitido el crecimiento constante del país. Los negocios vinculados al gas y petróleo significan el 87% de las exportaciones totales y prácticamente la mitad del PIB deriva de esta actividad. La nación sufrió una recesión en 2016 – en 2017 la inflación llegó a los 12,9% – que pareció superar antes de la pandemia. Tras sobrellevar el impacto económico por la COVID, Azerbaiyán comenzó a dar muestras de recuperación ya en 2021 con un crecimiento del 2,3%. Ante la progresión de las cifras ya se estimaba un crecimiento para este 2022, pero la guerra en Ucrania y la consecuente subida de los precios de hidrocarburos se presupone un impulso para la mejora de la economía. Dicho esto, vale tomar como referencia que en 2020 su cartera de clientes la encabezaban Italia, Turquía y Rusia.
La agricultura representa un 7,7% de la economía, el sector secundario un 45,8%, y el sector servicios un 46,5%. Ante estas cifras, el Gobierno es consciente del riesgo y las limitaciones que una economía homogénea encierra, por lo que ha ejecutado ya en el último lustro medidas liberalizadoras para potenciar otras áreas. En esta línea, el turismo es un sector en auge. El crecimiento de Bakú y las dimensiones de su oferta es el mayor ejemplo de ello. También ha habido voces que apuntan al problema sobre la autosuficiencia en producción alimenticia, una cuestión estratégica que creen que se puede solventar en cierta medida con la recuperación de los “territorios ocupados” y su capacidad productiva en este ámbito.
Conflicto Nagorno-Karabaj
Hace escasas semanas Azerbaiyán bombardeaba territorio armenio. Con el transcurso de los días tales maniobras se quedaron en un gesto por medir la respuesta de su enemigo, pero también para comprobar la reacción de Rusia. Moscú es el mediador del conflicto en disputa, sin embargo, su coyuntura en Ucrania pone en duda su implicación ante una tentativa azerbaiyana por confirmar su superioridad en el conflicto de Nagorno-Karabaj.
Nagorno-Karabaj es un espacio oficialmente en territorio azerbaiyano, pero que en los años 90 Armenia tomó por la fuerza ante la mayoritaria población de esta etnia asentada en el enclave. Tras años de guerra se alcanzó un alto el fuego, sin embargo, ninguno de los contendientes quedó conforme.
La situación ventajosa de Armenia se mantuvo durante más de dos décadas, pero el enriquecimiento de Azerbaiyán por sus ingresos procedentes de hidrocarburos se tradujo en la mejora de su capacidad armamentística. Primero con Rusia y Turquía, pero a partir de 2016 comenzó a contar también con el asesoramiento de Israel. Este cúmulo de factores propiciaron un cambio en las dinámicas de fuerza que finalmente quedaron patentes en la guerra de 2020. El episodio más reciente es otra muestra de la posición de fuerza de Bakú, dejando evidencias de la tendencia de que la superioridad armamentística con Armenia irá en aumento. Éste es un país empobrecido, dependiente de las ayudas exteriores desde Rusia y del dinero enviado por la diáspora (el país cuenta con una población de 3 millones, pero el pueblo armenio lo conforman 13 millones). Es por ello que Erevan se encuentra en un momento clave: un pacto le otorgaría réditos netos prácticamente instantáneos, ya que la disparidad creciente de fuerzas entre ambos contendientes hace que el tiempo esté en contra de Armenia en el teatro militar; una nueva guerra podría privarla de las opciones que la vía diplomática sí le concedería, como por ejemplo el cobro por el tránsito del corredor Zangezur.
En cuanto a la resolución del conflicto por la vía diplomática, hay voces que han planteado un cambio de mediador. Uno agente intermediario que no tenga intereses directos en la región y que no esté implicado de manera tan próxima con ambos actores en disputa. En la coyuntura actual Rusia controla los tiempos estratégicos del conflicto, ya no sólo por ser el actor entre medias, sino amén de representar el mayor respaldo de Armenia y como proveedor de armas para Azerbaiyán. No obstante, la situación actual de Rusia complica cualquier cambio firme en este conflicto.
Relaciones con Turquía
Un mero recorrido por Bakú es suficiente para percibir el sentir nacional azerbaiyano hacia Turquía. Banderas nacionales de ambos países ondean en múltiples lugares para dar reconocimiento a la hermandad, que ha servido para construir una narrativa que justifique y alimente estrategias convergentes: desde Nagorno-Karabaj, hasta el trato con Irán o los flujos energéticos hacia Europa.
Ankara lleva años invirtiendo en la región para posicionarse como potencia innegable. Es consciente de que Azerbaiyán es su apéndice geopolítico para proyectar su influencia en Asia Central y Cáucaso – e incluso con la Unión Europea amén de los canales energéticos hacia el Oeste –. Si Turquía tiene un aliado es Azerbaiyán. La narrativa se ha focalizado en el origen túrquico común y una lengua hermana como elementos capitales, siendo capaz de sortear las diferencias en cuanto a la profesión religiosa (Turquía de mayoría sunní, Azerbaiyán de mayoría chií). En cuanto a perspectiva geopolítica, los intereses se alinean a varios niveles: la aportación de Turquía ha resultado clave en la guerra de Nagorno-Karabaj, especialmente por el determinante papel de sus drones Bayraktar TB2; se ha convertido en un actor fundamental para el tránsito energético, tanto de petróleo (el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceytan, BTC) como de gas (gasoducto del Cáucaso Sur, SCP); y en su disputa regional con Irán por emerger como potencia, Turquía tiene en Azerbaiyán un aliado, cuya comunidad azerí residente en Irán puede representar instrumento de presión.
Socio creciente para la Unión Europea
El pasado julio Azerbaiyán y la Unión Europea firmaron un acuerdo que multiplica el suministro energético de gas natural. La idea es que en 2027 el país caucásico exporte a la Unión 20.000 millones de m3; en 2021 alcanzó los 8.100 millones de m3. Evidentemente, este pacto está marcado por las necesidades energéticas europeas tras reducir drásticamente sus importaciones desde Rusia. El acuerdo involucra a otros actores regionales y, al tratarse de un tema estratégico como la energía, puede alterar la línea de flotación geopolítica del marco euroasiático. En este escenario, merece especial mención Turquía, actor con una partitura geoestratégica que mira tanto a Oriente como a Occidente.
Ankara ya ha mostrado su poliédrica acción diplomática. En la cuestión energética entre Bakú y Bruselas, el país anatolio cobra una importancia notable por ser espacio de tránsito del Corredor de Gas del Sur (SGC, por sus siglas en inglés) en funcionamiento desde noviembre de 2020. El peso de Turquía queda patente en la distribución de gas: de los 16.000 millones de metros cúbicos exportados desde Azerbaiyán, 10.000 van destinados a países de la Unión, mientras que los 6.000 restantes se destinan al país de Asia Menor.
También cabe mencionar que los precedentes en materia energética entre Turquía y la UE son convulsos. El episodio del Mediterráneo Oriental sobre la explotación de yacimientos fue motivo de tensión entre Ankara y Bruselas y aún hoy es un tema que levanta tensiones en los gabinetes de los actores involucrados. Por ello, Bruselas debe ser consciente de las posibles consecuencias de alinearse en otra cuestión estratégica con Ankara; no deja de ser otra oportunidad para empoderar a Turquía y darle una argumento más para sacar ventaja de su posición. La urgencia a corto plazo por encontrar una alternativa a la energía rusa puede precipitar a firmar acuerdos que a medio plazo condicionen la estabilidad eurasiática. No hay que perder de vista el objetivo final: la transición hacia la infraestructura de energías limpias, con el objetivo paralelo de minimizar las dependencias energéticas.
Dicho esto, Azerbaiyán es el aliado más fiable que tiene Turquía, por lo que resulta muy improbable que, por mucho gas y petróleo que venda a Europa, vaya a anteponer tales vínculos a su hermandad con Ankara. Más todavía si se atiende a la coyuntura regional – Cáucaso y Asia Central –, prioridad para Bakú, dónde Turquía juega un papel capital en su favor. La diferencia entre un aliado estratégico y un socio comercial.
Mar Caspio
Si Azerbaiyán representa un cruce de caminos su vínculo con el mar Caspio tiene mucho que ver con ello. El mar cerrado más grande del planeta es el conector geográfico más factible entre el Cáucaso y Asia Central, más aún si se tiene en cuenta que al norte se encuentra Rusia y al sur, Irán. La constante de haber estado entre imperios es una demostración del punto estratégico histórico, ya probada desde hace décadas por la infraestructura de varios ductos que cruzan este mar para transportar los hidrocarburos. Además, se suma que Azerbaiyán cuenta con la base técnica y la posición privilegiada para ser, ya no solo fuente de recursos, sino nudo logístico. El mar Caspio en su convergencia con el Estado azerí amplifica la conectividad del Europa con Asia Central. Precisamente por ello este mar no es sólo espacio de ductos, también alberga vías de transporte marítimo que articulan una red de comercio de mayor calado con un potencial aún por explotar. La falta de capital para acelerar el desarrollo de infraestructura es el mayor lastre de esta región. La misma razón por la que China ha incrementado su presencia.
Relaciones con Rusia
Como antiguo espacio de la URSS, Azerbaiyán guarda resquicios de su herencia soviética. El ruso es un idioma con presencia en el país, pero no acaba aquí. La relación con Moscú es perenne por exigencias del guion político marcado por la familia Aliyev. Ésta ha mantenido lazos fuertes con Moscú y aunque no es un vínculo que preste a proclamarse, ha sido una constante por la corriente personalista de ambos regímenes. Sin embargo, hay que separar la visión de la élite azerbaiyana y la de su población. La sociedad ha expuesto cierta predisposición a distanciarse de Moscú, de ahí sus muestras por apoyar a aquellas naciones castigadas por Rusia. Primero fue Georgia en 2008 y ahora, Ucrania. Al pueblo azerí no le interesa ver a una Rusia fuerte que se atreva a recuperar espacios de influencia pasados e incida, más de lo que ya lo hace, en la partitura política de la nación. No obstante, los lazos económico-comerciales son estructurales, fruto de la historia soviética compartida durante el siglo XX. El peso de estos vínculos dificulta un distanciamiento real a pesar del aumento en la venta de hidrocarburos a Europa. Por tanto, Moscú siempre va a tener un canal para incidir en Bakú más allá de la fluidez entre líderes, ya que existe una base de actividades comerciales fuertemente enraizada.
Relaciones con Irán
El denostado contexto internacional del país persa impulsa el papel de Azerbaiyán. Ambos son exportadores energéticos con salida al mar Caspio, pero Teherán está limitada por las sanciones a la hora de firmar acuerdos comerciales sólidos. Otro aspecto que condiciona las relaciones entre ambos es la comunidad azerí dentro del Estado iraní: una población alrededor de 30 millones que representa una vía de influencia notable dentro de toda la amalgama de minorías asentadas en el país. Además, está el respaldo de Turquía a Azerbaiyán, que proporciona una ventaja geopolítica en la carrera por la preponderancia entre dos potencias regionales que aspiran a acaparar la mayor incidencia en áreas compartidas. No obstante, el punto que más puede condicionar el tono diplomático entre Teherán y Bakú son las relaciones de este último con Israel.
Como ya se ha mencionado, el asesoramiento y la adquisición de material procedente del país hebreo ha sido clave en el devenir de la guerra contra Armenia por Nagorno-Karabaj. Tal implicación israelí en Azerbaiyán representa una amenaza estratégica para Irán dado el antagonismo entre ambos Estados, una razón de peso que puede dinamitar las relaciones entre Bakú y Teherán. En caso de que la presencia israelí se haga notoria o la entente más oficial, Irán puede tomar medidas más drásticas e inevitablemente arrastrar a otros actores de la zona, como Turquía o Rusia, extendiendo la volatilidad de Oriente Medio a la región alrededor del mar Caspio.
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En clave regional, a Azerbaiyán le ha favorecido la fluidez de las relaciones entre las tres fuerzas que rodean a este país, especialmente entre Rusia y Turquía. Que Moscú, Teherán y Ankara compartan línea estratégica en Siria ha llevado a dejar discrepancias a un lado, un hecho que dota de cierta estabilidad a la zona. Rusia continúa siendo la fuerza primaria, pero la guerra en Ucrania y sus consecuencias aumenta la posibilidad de que actores regionales como Turquía o Irán de amplíen su incidencia. Azerbaiyán no tiene la capacidad para estar a la altura de estas potencias regionales, pero sí puede influir tácticamente en la disposición de fuerzas e influencias. La energía y su ubicación estratégica le otorgan un futuro con más incidencia a medio plazo, tanto al oeste con la Unión Europea, como Asia Central al este. La geografía concede a Azerbaiyán ser un eje logístico factible aún por optimizar. Tales consecuencias pueden deparar un binomio Ankara-Bakú con una profundidad de acción en el espacio eurasiático y Europa digna de no perder de vista.
Azerbaiyán es clave en la conectividad de Europa con Asia Central, incluso con China, si se atiende a algo más que la energía con el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Ya no sólo por la viabilidad del espacio, sino por la capacidad para evitar países con un mayor capital geopolítico, como es el caso de Rusia. Azerbaiyán permitiría minimizar la necesidad de la energía rusa y de alguna forma a largo plazo podría conformar el primer paso para alejar a las antiguas repúblicas soviéticas de la esfera de Moscú. Aunque este escenario sólo se podría dar con una Rusia muy debilitada.
Asimismo, mucha de la movilidad geopolítica y económica de Azerbaiyán la sostiene Georgia. Este país se ha convertido en la puerta de entrada y salida de la economía azerí por una cuestión de geografía, pero también por rentabilidad. He aquí que habría que analizar el contexto en el que se encuentra Tiflis para saber cómo puede priorizar sus intereses y afrontar las consecuencias: una nación con evidentes muestras sociales pro europeas, pero con un Gobierno que tiene a Moscú detrás debido a la escasa autonomía económica que atesora. La triangulación de fuerzas aún está en manos del Kremlin. Por tanto, la conclusión es que mientras Turquía y Rusia mantengan una línea estratégica convergente, Azerbaiyán no verá amenazada su condición geopolítica, en parte responsable de su estabilidad y crecimiento. Su creciente línea comercial con Europa es un movimiento táctico; en clave estratégica, Azerbaiyán se gusta y se reconoce como actor importante en Eurasia, aliado de Turquía y consciente de la utilidad de sus vínculos con Rusia.