En defensa de la legitimidad democrática

Si tomamos el neolítico como referencia de la transición en la que el homo sapiens comenzó a vivir en sociedades más complejas, poniendo la barrera de la transición desde el paleolítico en el 8.000 a.C., surge una reflexión inquietante. ¿Cuántos de esos ocho mil años ha vivido nuestra sociedad en democracia? Es prácticamente un suspiro en relación con la historia de la humanidad. Mala noticia porque será un tipo de convivencia que no está impreso en nuestro legado genético. Ya Sócrates tuvo que suicidarse porque líderes atenienses, empapados en demagogia le acusaron de estar corrompiendo a la juventud con su libre pensar, por lo que le dieron a elegir entre el exilio y la muerte. El filósofo eligió lo segundo conforme con sus convicciones. El populismo, la demagogia, ya existía en la antigüedad y causaba estragos entre las almas virtuosas. La justicia es  dar a cada uno lo suyo, pero es concepto problemático cuanto más grande es una sociedad y más intensa la carga fiscal. Además desde que el hombre es hombre ha habido unos poquitos que mandaban un una masa que tenía que obedecer, algo que no cambia nuestro sistema.

Bien andado el siglo XXI, ni siquiera se ha implantado la democracia plena en las principales potencias, no digamos otros muchos países de rango intermedio. El egoísmo, la principal fuerza moral que gobierna el mundo, hace cualquier sistema político sea imperfecto pero nunca debemos renunciar a defender el bien y denunciar el mal. Y la democracia es buena aunque los seres humanos seamos imperfectos. Ya lo denunció con clarividencia Montesquieu en el siglo XVIII: «todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder». Así la separación de poderes, el respeto a los derechos humanos (incluyendo la libertad de prensa) y la defensa de los valores democráticos son un deber para todos nosotros. Todos, desde nuestra posición, tenemos que defender los pilares de las democracias plenas.

Defender la democracia no es sólo ir a votar para después quejarse por todo, ese es uno de los derechos, pero nuestro sistema también conlleva una serie de obligaciones y respeto a normas, algunas no escritas, como son el respeto a las ideas ajenas, el respeto a la alternancia política  y el respeto al marco constitucional vigente. Por supuesto que existe el derecho a la crítica en cualquier ámbito de la vida pública pero al igual que un ejército enemigo a las puertas de una frontera son una amenaza para la integridad territorial, las conductas para subvertir un sistema buscando atajos no democráticos afecta a la integridad de las instituciones de un país como España.

Hace algunos años, cualquier líder occidental que viajara a un país no democrático solía hacer declaraciones públicas en favor de la democracia, los derechos humanos y los valores occidentales. Ahora se evitan este tipo de discursos para no ofender a la tiranía anfitriona ¡cuando los ofendidos deberíamos ser nosotros! El silencio de nuestros poderes públicos ante los recientes episodios en Hong Kong ha sido muy elocuente pero vergonzoso. China está acabando allí con las libertades consagradas por el principio democrático de un país, dos sistemas que pactaron con el Reino Unido, ante la descolonización del territorio en 1997. Pareciera que los españoles estamos completamente ajenos y despreocupados por la violación de derechos humanos de los hongkoneses, con los que tenemos un deber moral. Pues bien, a muchos occidentales sí nos preocupa que una nación como China se crea homologable a un país como el nuestro y arrase con las libertades de sus ciudadanos. No, no somos iguales por más poder que tengáis.

El deterioro de los valores democráticos y del fair play, del que poco se habla en nuestros días, no afecta sólo a regímenes comunistas como el chino.  La derecha populista e intolerante también causa estragos en Rusia, Polonia, Estados Unidos o Brasil, por nombrar sólo algunos. Se divide a la sociedad y se pretende laminar al adversario por cualquier medio. A veces me pregunto cómo debe de  ser trabajar en el gabinete de alguno de estos líderes populistas, y lo imagino como un infierno de prepotencia, narcisismo y desconsideración. Estar cerca de estos semi-dioses debe asfixiar por la falta de afecto y cordialidad.

En un país democrático es legal y hasta legítimo que existan grupos que quieren subvertir el orden constitucional o cambiar de sistema político. En España ocurre con movimientos políticos independentistas, republicanos o recentralizadores. El problema surge cuando se quiere hacer por vías ilegales o no democráticas porque se presuponga una mayoría en contra que impedirá dicho final. Además, existe el riesgo de que otras potencias autoritarias utilicen medios de comunicación para sabotear las corrientes de opinión pública desde dentro, sin otro afán que debilitar el ideal democrático occidental y a las naciones en particular.

Esta amenaza se ejerce a través de medios de comunicación propagandísticos, financiación de partidos políticos y uso espurio de las redes sociales. Países no democráticos como China, Rusia, Arabia Saudí o Irán cuentan con medios de comunicación en varios idiomas para difundir las bondades de su sistema, cuyo poder lo detentan gobernantes que no tienen plenamente instaurados el sistema democrático de separación de poderes, respeto a los derechos humanos o libertad de prensa. Se sabe que todas la grandes potencias poseen ciberagencias especializadas en operaciones psicológicas, que es como los militares llaman a la propaganda con fines geopolíticos. Mucho de lo que leemos en redes sociales está dictado por movimiento subversivos no democráticos o por potencias extranjeras que quieren debilitar nuestro sistema de libertades.

Como profesionales de la seguridad es preciso ser conscientes de ello, para mantenernos más firmes que nunca en la defensa de la legitimidad democrática, de la pluralidad y del respeto a las ideas ajenas. Defender la democracia es defender a ultranza al que no piensa como tú, en modo alguno es tratar de destruirlo.

Que no nos confundan, la democracia es un sistema noble aunque nosotros los seres humanos no lo seamos tanto. Evitemos volver al neolítico.

Carlos González de Escalada es doctor en Ciencias Sociales.

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