Los médicos alemanes confirman el envenenamiento de Navalny

El hospital la Charité de Berlín, donde recibe tratamiento el líder de la oposición rusa Alexei Navalny, ha emitido un comunicado en el que confirma el envenenamiento por una sustancia perteneciente al grupo de los inhibidores de la colinesterasa. Este diagnostico contradice a los médicos del Hospital de Omsk, que lo trataron en un primer momento, quienes achacaban el estado crítico de Navalny a un trastorno metabólico provocado por un bajón de azúcar.

Navalny enfermó el pasado jueves durante un vuelo que despegó desde Siberia con destino a Moscú. Tanto la familia como sus partidarios más cercanos sospecharon de un posible caso de envenenamiento intencionado con algún tipo de sustancia que podría encontrarse en una taza de té que la víctima habría bebido en el aeropuerto de Tomsk. Debido al preocupante estado de Navalny el vuelo realizo un aterrizaje de emergencia en la ciudad de Omsk, donde fue tratado en un primer momento.

Según el comunicado del hospital Alemán el estado del paciente es “grave pero no existe peligro de muerte”. Actualmente Navalny se encuentra en una unidad de cuidados intensivos y aunque todavía no se conoce la sustancia exacta, “la presencia de tóxicos en su organismo ha sido confirmada por diferentes laboratorios independientes.

Los inhibidores de la colinesterasa son un grupo de sustancias químicas, algunas de las cuales pueden usarse para tratar enfermedades, como el Alzheimer. Cuando son empleados en agentes nerviosos y pesticidas pueden ser dañinos para los humanos, siendo responsables de bloquear una enzima crucial que regula los mensajes que van de los nervios a los músculos. Estos últimos perderían su capacidad para contraerse y relajarse, sufriendo una especie de espasmos, comprometiendo peligrosamente el sistema respiratorio de la víctima.

Desde un primer momento tanto la familia como los partidarios de Navalny han culpado al Kremlin. Según su esposa, Yulia Naválnaya, la vida del activista ruso corría peligro en su país, de ahí que se tomara la decisión de trasladarlo a Berlín. A pesar de que en un primer momento los médicos del hospital de Omsk habían cooperado para facilitar el traslado de Navalny al extranjero, por algún motivo cambiaron de parecer antes de que finalmente dieran luz verde. Su esposa, confesó que temía que las autoridades rusas estuvieran tratando de ganar tiempo hasta que desapareciera la evidencia de cualquier sustancia química antes de permitir que fuera tratado en el extranjero.

La ONG Cinema for Peace, con sede Berlín, fue la encargada de organizar el traslado después de que la canciller Ángela Merkel, ofreciera su país para tratarlo. La respuesta internacional tampoco se ha hecho esperar y diferentes representantes políticos han instado a que se investigue los hechos a fondo y con total transparencia.

Navalny se ha convertido desde hace algún tiempo en el rostro más prominente de la oposición rusa, haciendo del activismo frente la corrupción uno de los pilares de su cruzada contra Putin. Ha llamado al partido del actual presidente “nido de estafadores y ladrones», acusando al sistema construido por Putin de «chupar la sangre de Rusia» y prometió destruir el «estado feudal al que Rusia está retornando”.

A pesar de que ha liderado protestas a nivel nacional contra las autoridades, hasta el momento no ha podido desafiar a Putin en las Urnas. Su candidatura en las elecciones presidenciales de 2018 fue vetada por las autoridades debido a que un tribunal ruso lo declaró culpable de malversación, hecho que le impediría postularse para un cargo.

Navalny ha negado tales acusaciones y siempre ha defendido que sus problemas legales son represalias del Kremlin por sus feroces críticas. Para mucho resulta sorprendente que todavía siga en libertad e incluso con vida. Algo que no resulta descabellado si tenemos en cuenta que este no habría sido el primer envenenamiento del que a sido víctima el opositor ruso. El pasado año le fue diagnosticada una dermatitis de contacto mientras estaba en la cárcel, y su médico sugirió que podría haber estado expuesto a algún agente tóxico.

A pesar de que sin duda alguna se trata de una piedra en el zapato del Kremlin, la figura de Navalny no está exenta de críticas entre otros grupos de la oposición, en particular por las connotaciones nacionalistas de algunas de sus declaraciones. En 2014, durante una entrevista en la radio Ekho Moskvy, se le preguntó sobre la anexión de Crimea (Ucrania), y su respuesta no dejo indiferente a nadie al argumentar que “a pesar de que Crimea ha sido capturada en vulnerando el derecho internacional, la realidad es que Crimea ahora es parte de Rusia. Crimea es nuestra”.

Su ascenso como figura política comenzó en 2008, escribiendo en blogs sobre supuestas negligencias y corrupción en algunas de las grandes corporaciones controladas por el estado. Una de sus tácticas empleadas para destapar las corruptelas fue convertirse en accionista minoritario de las principales compañías petroleras, bancos y ministerios, y  desde dentro indagar sobre los agujeros en las finanzas estatales.

Su activismo le ha valido diversas detenciones y ya en 2011 encarcelado durante 15 días tras una jornada de protestas en la capital rusa. En 2013 paso un breve periodo en prisión acusado de malversación pero su condena fue finalmente anulada por el Tribunal Supremo de Rusia tras una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en la cual se argumentaba que no se le concedió una audiencia imparcial durante el primer juicio. En 2017 fue condenado por segunda vez en lo que muchos vieron un esfuerzo más para excluirlo de los procesos electorales de aquel año. Desde entonces las detenciones y ataques contra su personas ha sido una constante.

Las redes sociales se han convertido en una de sus principales armas contra el gobierno de Putin. En una clara estrategia por tratar de llegar a los más jóvenes con un lenguaje agudo y contundente, no ha dudado en arremeter duramente contra personalidades clave en el entramado del actual presidente.