La caída de Kabul abre la puerta a otra era de oscuridad en Afganistán

El presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, huyó del país mientras los talibanes avanzaban hacia Kabul, devolviendo el poder al grupo islamista casi 20 años después de que fueran expulsados del poder a manos de la invasión liderada por EE.UU. El pasado Domingo y sin enfrentar prácticamente ninguna resistencia armada, los combatientes talibanes irrumpieron en masa en la capital para hacerse con el control de facto mientras los gobiernos de EE.UU y el resto de potencias extranjeras apresuraban la evacuación de sus ciudadanos y aliados.

A última hora del domingo, Mullah Baradar, uno de los principales líderes de los talibanes, anunció en un comunicado que la rápida victoria sobre el gobierno afgano había sido una hazaña incomparable, pero la verdadera prueba comenzaría ahora que habían recuperado el poder. Los talibanes también aseguraron que estaban “manteniendo conversaciones destinadas a formar un gobierno islámico abierto e inclusivo […]. Estamos dispuestos a abordar las preocupaciones de la comunidad internacional a través del diálogo».

Mientras los portavoces de los talibanes instaban a la gente a mantener la calma, el caos se apoderaba del aeropuerto de Kabul, con centenares de personas buscando un modo de abandonar el país a medida que el pánico se extendía y la situación de seguridad continuaba deteriorándose.

La entrada de los talibanes en Kabul ha sido la culminación de una dramática ofensiva relámpago, que apenas ha durado una semana, en la que los combatientes islamistas tomaron el control de la mayor parte del país, a menudo enfrentando escasa resistencia armada. El ataque dejó al gobierno de Ashraf Ghani aislado política y militarmente.

Hasta el momento, Ghani, se había resistido a ceder a las exigencias de los talibanes que pedían su salida para allanar el camino en las conversaciones de paz con la milicia. Finalmente, Hamid Karzai, que también fue presidente de Afganistán, confirmó la huida de Ghani y anunció que estaba en conversaciones con otros líderes afganos y talibanes para asegurar un traspaso pacífico del poder.

António Guterres, secretario general de la ONU, instó a «los talibanes y a todas las demás partes a ejercer la máxima moderación para proteger vidas». Mientras, EE.UU aumentaba el domingo su despliegue a 6.000 soldados para apoyar la evacuación de diplomáticos, personal aliado y miles de afganos que en caso de permanecer en el país correrían el riesgo de sufrir represalias por su colaboración con las potencias extranjeras.

El presidente Biden anunció que Washington había advertido a los talibanes que “cualquier acción…que ponga en riesgo al personal estadounidense o nuestra misión allí, se encontrará con una respuesta militar rápida y contundente”. Biden también confirmó que EE.UU estaba trabajando con Ghani y otros líderes afganos, así como con las potencias regionales, «en su búsqueda de prevenir un mayor derramamiento de sangre y buscar un acuerdo político».

A pesar de que el avance talibán ha provocado menos derramamiento de sangre de lo esperable, especialmente a la vista del alcance y las dimensiones de sus conquistas territoriales, los expertos advierten que la mezcla de grupos étnicos y las feroces rivalidades entre comunidades podrían empujar a Afganistán hacia una guerra civil.

Según los expertos, la apresurada retirada norteamericana habría dañado gravemente la moral de las fuerzas afganas, socavando su voluntad para combatir. La ciudad norteña de Mazar-i-Sharif, un bastión tradicional de feroz resistencia contra los talibanes, cayó ante el grupo insurgente el sábado por la noche tras días de intensos combates. Numerosas figuras políticas, incluidos los líderes anti-talibanes Abdul Rashid Dostum y Ata Mohammad Noor, se vieron obligados a buscar refugio en el vecino Uzbekistán.

La retirada de Estados Unidos del país abrió un camino claro para que los talibanes se enfrentaran y derrotaran a las fuerzas de seguridad afganas. Muchas ciudades importantes cayeron con poca o ninguna resistencia, incluida la ciudad clave de Jalalabad, que los talibanes tomaron el domingo.

Desde la administración norteamericana admiten un error de cálculo. La rápida caída de las fuerzas nacionales y el gobierno de Afganistán ha sido un shock para el presidente Biden y para algunos de los miembros de alto rango de su gabinete. Ahora, algunas de estas voces reconocen que están sorprendidos por lo sucedido. «El hecho es que hemos visto que esa fuerza no ha podido defender al país», dijo el secretario de Estado Antony Blinken, refiriéndose a las fuerzas de seguridad nacional de Afganistán.

El terrorismo es otra de las sombras que planea sobre la región. El Jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, advirtió que grupos terroristas como Al Qaeda podrían reconstituirse en Afganistán antes de los dos años que los funcionarios de defensa habían estimado previamente en el Congreso a la vista de reciente y rápida toma de poder de los talibanes. La situación podría resultar en una creciente amenaza terrorista, justo cuando se acerca el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

El país se enfrenta ahora al regreso de los talibanes al poder, hecho que, en caso de repetir el guión que ya se vivió en la década de los 90, significaría un deterioro de las libertades civiles, particularmente para las mujeres y las niñas.